A Claudia Sheinbaum le hubiera sido más fácil no ganar con una victoria tan abultada el 1 de junio pasado. El triunfo tan marcado la ha puesto en situaciones incómodas que pueden afectar su mandato. Ganar la mayoría calificada en el Congreso ha significado tener que sucumbir a la lógica del presidente de pasar reformas ríspidas y en algunos casos incoherentes, basadas en sus filias y fobias personales. La reforma al poder judicial tendrá consecuencias económicas y políticas que Sheinbaum tendrá que sortear. El Presidente le heredará problemas que pudieron ser fácilmente evitables.
El triunfo contundente en las urnas se ha traducido también en excesos por parte de la base morenista. Si bien Sheinbaum ha sido moderada y responsable, muchas de las estructuras de su partido no lo han sido. Impera entre ellos una extraña lógica de venganza, un placer macabro de abusar del poder, como sus antagonistas abusaron en su momento. El espectáculo es triste, pero además sumamente ciego; Morena no siempre estará en el poder y este tipo de excesos generarán una respuesta a la medida. Entre más se acorrale y se empuje a los perdedores de esta elección, más oportunidades se generan para la radicalización de su mensaje y el surgimiento de una ultraderecha mexicana. Tras el triunfo, una buena parte de Morena no está enfocada en gobernar y transformar la realidad sino en restregar a sus adversarios su nuevo poder.
Al frente de todo está el Presidente. Su tono cada vez más beligerante, y sus querellas cada vez más desgastantes. En la última semana ha subido el tono innecesariamente con EUA por la captura del Mayo y el supuesto apoyo a organizaciones de oposición en México; ha entrado en conflicto directo con el CCE simplemente porque están en contra, como tantos otros, de su reforma al poder judicial; se ha desentendido de la situación en Venezuela, primero identificándose con el perpetrador del fraude, no con la víctima y luego desinteresado en el rol fundamental que Venezuela le pide a México jugar y ha declarado una guerra política al poder judicial, nuevamente de forma abusiva.
Ante todo ello es entendible el alineamiento de Claudia Sheinbaum con el presidente. El poder en México viene con la silla y ella aún no está sentada en ella. Si el Presidente es capaz de dinamitar su relación con EUA, el poder judicial, los empresarios y la comunidad latinoamericana a unas semanas de que su aliada tome posesión, quién sabe cómo podría reaccionar al más mínimo disentimiento de ella. Por eso, Sheinbaum no se separará de la narrativa del Presidente en el corto plazo, es en las acciones donde marcará su diferencia, y esas todavía no le corresponden.
Una vez en el poder, Sheinbaum continuará con la narrativa y los códigos simbólicos del obradorismo, mientras que en la realidad tejerá una mezcla de políticas de continuidad con otras que obedecen a su visión personal. Lo lógico es aprovechar la narrativa de la 4T hacia el exterior, mientras que plantea su propio proyecto de país en la realidad.
Lo que es cierto es que la narrativa del Presidente es cada vez más desgastante, y ha dejado lo peor para estos últimos meses. Antes de irse nos dará el más grande espectáculo de su estilo personal. Se viene un mes intenso y complejo, en el que además de desgaste, sus acciones tendrán consecuencias económicas y políticas para el mediano y largo plazo del país. Es el último trecho, pero va a ser duro.
Analista político