El próximo domingo será la segunda ocasión en que Gustavo Petro contienda en una segunda vuelta electoral para llegar a la presidencia de Colombia. La primera fue en 2018 y se enfrentó al uribista y actual presidente, Ivan Duque, quien alcanzó el triunfo con 53.9% de la votación (10,373,080 sufragios), mientras que Petro, el 41.8%, alrededor de 8 millones de votos. En aquella ocasión, Petro aumentó en 16 puntos su votación respecto a la primera vuelta (25%) y Duque, casi 15 puntos, alcanzando así, poco más de 10 millones de votos. Si bien Petro fue el que más crecimiento tuvo, esto no bastó para vencer a Duque.
Ahora la situación es distinta. Petro se enfrentará a Rodolfo Hernández en una segunda vuelta tras haber ganado la primera con más de 12 puntos. Hernández, con 28% de la votación, dejó fuera de la contienda al candidato de la derecha tradicional colombiana, Fico Gutiérrez. Rodolfo Hernández es un empresario con rasgos populistas y retórica estridente que ha logrado avanzar bajo la bandera del combate a la corrupción, al mismo tiempo que corre una investigación en su contra por su presunta participación en la adjudicación ilegal de un contrato millonario en su paso como alcalde de Bucaramanga. Según diversos sondeos, hasta el momento Petro y Hernández se mantienen prácticamente en empate técnico.
La mayoría de los países latinoamericanos prevén un sistema con segunda vuelta, ya que muchos de estos experimentaron diversos procesos de ruptura constitucional e institucional mediante golpes de estado o dictaduras. Esto provocó que, ante la necesidad de construir mayorías sólidas en las nacientes democracias, la figura de la segunda vuelta o también conocido como balotaje, se consolidara en la región. Una de las principales ventajas de este modelo es que permite construir mayorías arriba de 50% y propicia que los electores puedan optar por su segundo candidato preferido o bien, evitar que llegue el candidato con quien menos comparten ideas. Por otro lado, entre las desventajas del sistema de segunda vuelta, destacan el alto costo que puede representar la celebración de unas segundas elecciones, la poca participación en la segunda ronda y la posibilidad de que el resultado de la segunda vuelta se invierta respecto a la primera, es decir, que quien obtuvo la mayor votación en la primera vuelta pierda en la segunda vuelta, a lo que diversos teóricos se han referido como “la construcción de mayorías ficticias”.
En 2018 Iván Duque se impuso a Petro en ambas jornadas; en 2014, el entonces presidente, Juan Manuel Santos perdió en la primera vuelta frente a Óscar Zuluaga por una diferencia de casi cuatro puntos, sin embargo, Santos se impuso en la segunda con 50.9% de la votación frente al 45% de Zuluaga, convirtiéndose así en presidente por segunda ocasión.
Ahora, si bien Rodolfo Hernández fue el candidato perdedor en la actual contienda, su discurso de corte “gerencial” sobre la administración del país, ha encontrado eco en la derecha tradicional de Colombia que quedó marginada tras la derrota de Fico Gutiérrez en la primera vuelta. Fico, tras darse a conocer los resultados de la primera vuelta, anunció sin titubear su respaldo a Hernández y llamó a votar por él.
Los fantasmas de Petro recorren la Casa de Nariño, y no me refiero a la residencia oficial de la presidencia de Colombia, sino a la casa de campaña de Hernández en Bucaramanga que la bautizó con el mismo nombre, una residencia de casi dos mil metros cuadrados que en 2013 fue declarada bien de interés cultural de la ciudad y hoy aloja la ilusión de Hernández de llegar a la otra Casa de Nariño, la de Bogotá.
La oportunidad de Petro de convertirse en el primer presidente de izquierdas de la historia de Colombia estará determinada por su capacidad de acercarse a un votante que, tras años de campañas de desprestigio y campañas sucias, vean en él un presidente y no guerrillero con pretensiones académicas.
Periodista, analista político
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