En el pasado, pretender influir en la opinión pública implicaba determinar la manera en cómo la información era transmitida, es decir, incidir en la “línea editorial” de las primeras planas, coberturas informativas y columnas de opinión en los periódicos, o bien, de programas de televisión y radio.
Hoy, ese espacio de construcción de opinión pública se ha transformado y sobretodo, en lo que atañe al mundo de la política. Twitter es la plataforma preferida de gobiernos, políticos, partidos, organizaciones de la sociedad civil, universidades, activistas, etc, para mantenerse vigentes en la discusión pública y que, de alguna manera, se ha traducido en una especie de termómetro reputacional. Antes, una campaña de desprestigio orquestada desde los medios tradicionales bastaba para dañar la imagen de alguien, hoy, esas campañas parecen que inevitablemente deben pasar por el filo de Twitter para que el embate tenga efectividad.
Así, Twitter parece enarbolarse como la principal plaza pública que alimenta los círculos políticos que, si bien está lejos de ser la red social más numerosa o la que más ingresos genera, sigue resultando atractivo para diversos grupos de poder. Twitter es la única red social basada esencialmente en la palabra y tal vez, ahí radica su importancia política. Los periódicos llevan varios años inmersos en una profunda crisis no solo por el agotamiento de su modelo de negocios basado en la publicidad que, por cierto, también lo es para Twitter que recibe más del 92% de sus ingresos por esta vía, sino por su papel cada vez más disminuido como intermediario entre la clase política y la ciudadanía.
Modificar el paradigma de la libertad de expresión, hacer de Twitter una plaza digital “políticamente neutral”, provocar que los algoritmos sean de código abierto, autenticar a todos los humanos aumentando los controles de identidad y eliminar la publicidad (su principal fuente de ingresos), serían algunos de los cambios que tendría la plataforma si el empresario Elon Musk se hace de ella. Musk tal vez intuye que aterrizar en la arena política implica incidir en la voz colectiva de sectores no necesariamente naturales para él. Eso le daría Twitter.
En días recientes, Musk publicó en su cuenta de Twitter, con más de 94 millones de seguidores, “que votará por los republicanos” porque, si bien antes votaba por los demócratas, estos “ahora se han convertido en el partido de la división y el odio”. Por otro lado, piensa que “la mayoría de los estadunidenses quiere un partido mucho más moderado que los actuales (republicano y demócrata)”.
El filósofo Byung-Chul Han en su última obra Infocracia señala que lo decisivo para obtener el poder no es la propaganda de los medios de masas, sino la posesión de la información, la cual asegura el dominio. La plataforma Muck Rack publicó una lista de los periodistas con más seguidores en Twitter en el mundo, entre ellos, tres mexicanos: Carlos Loret de Mola, Joaquín López Dóriga y Carmen Aristegui.
Para el mismo filósofo, los seguidores en las redes sociales participamos en una eucaristía digital, donde el like es al amén, el share la comunión y el consumo, la redención. ¿Acaso Byung-Chul Han no se equivoca y los ciudadanos estamos convirtiéndonos en infómatas y la democracia en infocracia?
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