Uno de los principales rasgos que ha marcado a la política exterior de la 4T ha sido el de conjugar decisiones cimentadas en la soberanía, la ideología y el interés nacional, con decisiones pragmáticas. Un ejemplo ha sido la postura del presidente López Obrador respecto al tema eléctrico y energético frente a empresas extranjeras. Estas decisiones conviven con abyección en lo que atañe a la política migratoria al aceptar el envío de la Guardia Nacional a la frontera sur en aras de que la administración Trump no impusiera aranceles, convirtiendo así a México, en “tercer país seguro” de facto. ¿El protagonista? Marcelo Ebrard. Al mismo tiempo, ha mantenido una política de retorno y recepción de migrantes para disminuir la presión migratoria en la frontera con EU; sin embargo, en México las ciudades fronterizas y los puntos de tránsito de migrantes se encuentran desbordadas ante la falta de presupuesto, como de políticas orientadas a atender a este sector. El Presidente no ha dudado en rechazar beligerancia de discursos conservadores y xenófobos de republicanos.
Una mirada al sur en sintonía con gobiernos de izquierda ha sido otro eje. Tensiones con gobierno de Dina Boluarte, respaldo a Pedro Castillo y asilo a su familia en México; el rescate de Evo Morales, expresidente de Bolivia; y próximas visitas a países de Sudamérica son decisiones que obedecen a postura ideológica.