El estado de excepción decretado el lunes por el presidente Daniel Noboa en Ecuador no es ninguna novedad, su antecesor, Guillermo Lasso, aplicó la misma medida 20 veces en dos años y medio. Pero ahora, se suma la declaración de “conflicto armado interno” y ordenó a las Fuerzas Armadas desmantelar a los 22 grupos criminales calificándolos de “terroristas”. Según el Derecho Internacional Humanitario, es necesaria la presencia de dos condiciones para determinar la existencia de un conflicto armado interno. Por un lado, los grupos armados deben tener un nivel mínimo de organización y los enfrentamientos armados deben alcanzar un nivel mínimo de intensidad. En este sentido, el gobierno ecuatoriano estaría reconociendo ambas condiciones. Noboa, hijo del empresario más rico del país y quien apenas en noviembre pasado llegó a la presidencia, ha dicho: “Estamos en guerra”.

En los últimos seis años, Ecuador ha visto su rostro más violento, pasó de 959 homicidios en 2016 a más de 7 mil 500 en 2023. Uno de los principales elementos para entender esto es la actual disputa por el control de los principales puertos de Ecuador que fungen como epicentros para el tráfico de cocaína reconfigurando así las rutas internacionales del narco. Se habla de que Los Choneros llegaron a tener a 12 mil y 20 mil miembros en su momento de mayor esplendor y Los Lobos, que nació como escisión de Los Choneros, 8 mil. Con una economía dolarizada, el país se convierte en destino para las transacciones del crimen organizado, según estimaciones del Centro Estratégico de Geopolítica (CELAG), el lavado de dinero en Ecuador representa entre 2% y 5% del PIB anualmente, alrededor de 3,500 millones de dólares.

Por otro lado, los momentos de terror que atraviesa Ecuador pueden abrir frentes e imaginarios reaccionarios. La estrategia de mano dura del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, contra las maras aparece como timbre orgullo en las discusiones y medios de comunicación a pesar del deterioro de las libertades fundamentales en el país centroamericano. “No es soplar y hacer botellas”, escribió Bukele este martes en su cuenta de X.

De acuerdo con diversas investigaciones de la politóloga australiana Karen Stenner, alrededor de un tercio de la población de los países occidentales tiene una predisposición por el autoritarismo, es decir, tiene una oculta y silenciosa tentación autoritaria que se manifiesta en contra de la diversidad y pluralidad. Stenner señala que esta predisposición autoritaria no está asociada a un espectro político o ideológico, sino que obedece a factores como la aversión al cambio, la preferencia por la unanimidad, el miedo “al otro”, o bien, la intolerancia a la complejidad, alimentando así, sistemas autoritarios. Esta tesis es retomada por Anne Applebaum en The Twilight of Democracy y Stenner la desarrolló a partir del concepto que T. Adorno denominó en 1950 como “personalidades autoritarias”. En este, esboza cómo a partir de características individuales que fueron adquiridas en la infancia pueden predisponer a un individuo a aceptar y adoptar creencias políticas antidemócraticas y encontrar satisfacción en la sumisión ante la autoridad. En este sentido, esta predisposición autoritaria puede inaugurar grandes cambios sociales y sustituir autoridades e instituciones democráticas establecidas por unas de corte autoritaria.

Hoy, Ecuador no sólo se juega la pacificación de su país, sino también el antídoto.

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