Desde hace varios días me tiene intrigada la boda de Millie Bobby Brown (Stranger Things) y Jake Bongiovi, hijo de Jon, por el simple hecho de que tienen 21 y 22 años respectivamente y todo a su favor, esto es, no tienen necesidad real o imaginaria de firmar un papel que los una ante la ley por el resto de sus vidas.  La ceremonia fue un evento íntimo y la novia se veía preciosa, por supuesto, todos son muy felices y se les desea lo mejor.  ¿Pero yo me pregunto, por qué? ¿Con qué objeto? ¿Cuál es la razón por la que se casan estos escuincles?  A esa edad el cerebro ni siquiera ha acabado de desarrollarse y el compromiso es fuerte: “Yo te recibo a ti para ser mi esposo (a), para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza en la pobreza, en salud y en enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe”. Hoy por hoy estamos hablando de más de 60 años de convivencia. ¿Quién en sus cinco sentidos se va a echar tal compromiso encima por gusto y a propósito?  Si por algo dicen que el amor es ciego, nubla la visión y no deja ver claro. ¿Cínica?  Solamente un poco. Me considero más bien pragmática y en ese sentido y a estas alturas de la vida me pregunto si el matrimonio es una tradición, una institución que necesita urgentemente actualizarse, un experimento que a veces sale bien, o una necedad sin mayor objeto que el de complicarse la vida. En cualquier caso, es una costumbre que está tomando fuerza con la generación Z quienes no pasan de los 27 años.

La gente se casa por todo tipo de razones prácticas o necesarias: por los impuestos, por dividir la renta, por jugar a la casita, por un pasaporte, por hacer felices a los padres, a los suegros, a la novia, al novio, por presión social, porque alguien dijo que es lo que se debe hacer, por hacer fiesta y recibir regalos, por cumplir con la sociedad, la familia, porque es lo que normalmente se hace.  ¿Por qué será que me cuesta tanto trabajo escribir que la gente se casa por amor? En vez de andar de envidiosa buscando razones tangibles para contraer nupcias, podría yo admirar y aplaudir que todavía exista gente dispuesta a tomar a ese toro por los cuernos e intentar domarlo por las buenas.  El problema con mi generación es que muchos crecimos en hogares rígidos de matrimonios infelices que más veces que no terminaron en divorcio y cuyos patrones repetimos con todo y a pesar de.  Estadísticamente hablando siguen siendo los baby-boomers quienes rompen récords ahora como la generación que más se divorcia, seguidos de cerca por los Xers.

La generación Z, es la primera generación digital, han crecido y convivido con la tecnología, con acceso sin precedentes a lo bueno y lo malo de la información, en una sociedad con instituciones en ruinas. Y aun así encuentran en el matrimonio algo rescatable, de valor.  Tal vez la idea de permanencia por ley les parezca atractiva por las mismas razones que a los boomers la sienten constringente; lo que es un hecho es que funciona. Lo que a mí no me acaba de convencer es que el acta de matrimonio da por hecho las presunciones, supuestos, derechos y obligaciones de género, por ejemplo, que ya no pueden dejarse pasar por alto.  Pero me queda clarísimo que en esta vida voy más bien de salida y mi experiencia en la materia puede ser totalmente ajena a lo que pasa hoy en día entre los enamorados de primera vuelta. Así que, venga pues, que vivan los novios.

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