Finge hasta que lo consigas, dicen, pero por mas que trato no acabo de adentrarme del todo en esto de las navidades. Me queda claro que no soy Scrooge, pero eso no quita que para mí esta temporada es un peligro para mi salud mental. El año pasado, confinada en Valencia, no sentí presión ni ansiedad festivas, pero tampoco hubo arbolito con luces de colores, esferas, adornos y demás monerías. Este año, en cambio, será radicalmente opuesto no sólo porque habrá arbolito sino también gente, mucha gente, toda la parentela reunida bajo un mismo techo celebrando la ocasión. En estos días vuelo a CDMX y mi cabeza no para de dar vueltas. Hasta ahora lo único que es seguro es el super outfit en terciopelo rojo y peluche blanco que ha sido tradición durante muchos años y que por primera vez llevara tutú. Seré la sensación de la noche. Pero esta temporada es peligrosa. Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, el gusto de ver a la familia después de dos años difíciles para todos y, tratar de manejar nuestras idiosincrasias con tacto, humor y buena voluntad. Por el otro, México.
Viviendo lejos uno se entera de lo peor, lo grave, lo absurdo. La incapacidad del personal al mando. La desigualdad cada día más grave y frustrante, la violencia, la injusticia, la inseguridad, sentir como el barco se va a la deriva y uno con las manos atadas. La fragilidad del mundo es como novela de horror que no termina. Por otro lado están los recuerdos y memorias del México donde nací y crecí, las viejas amistades, las mil y una aventuras. Días y noches sin preocupaciones, sin miedos, mirando hacia el futuro pero viviendo a fondo cada momento. Me pregunto que encontraré. La gente buena de México, la que no se da por vencida, la que sonríe ante la tempestad y le guiñe el ojo al diablo, eso seguro.
Quisiera visitar mercados y ver piñatas, nochebuenas, sentir el musgo para el pesebre y admirar las figuritas de barro de tamaño minúsculo. Beber ponche con piquete y comer crujientes buñuelos con miel de piloncillo. Olvidar por unos días lo que duele o enoja. Ver el México que no conozco, de entrada una vuelta en el Turibús no estaría por demás aunque me conformo con dar la vuelta por Reforma hasta llegar al Zócalo y ver las luces festivas. Quisiera también volver a tener ocho años y esperar con ansiedad la llegada de Santa Claus y los Reyes Magos.
Por lo pronto a terminar de empacar, preparar documentos, envolver regalos… ¡Felicidades!