Es irónico que hoy en día, cuando existen en el mercado tantísimas variaciones en la alimentación del ser humano, haya tantas personas intolerantes o alérgicas al gluten, sobre todo si tomamos en cuenta que, como especie, llevamos más de 11 mil años consumiendo esta mezcla de proteínas que se encuentra sobre todo en el trigo y la cebada. A principios de siglo, si mal no recuerdo, la epidemia no se había manifestado y prácticamente tod@s comían de todo. La gente no lo sabe, pero el gluten se encuentra no solo en el pan y la cerveza sino también en salsas, saborizantes, suplementos y toda una variedad de alimentos que consumimos día a día. Hace unos meses, durante un chequeo rutinario, salió a la luz que tengo el colesterol alto, entre otras cosas. ¿Cómo? ¿Yo? Si ni carne como. Por años he seguido una dieta de pescado, tofu, pasta, muchos y distintos granos, algunos quesos, legumbres, variadito vamos, pero libre de mamíferos, no soy caníbal. El pollo lo como cuando es la única proteína en el menú. Añoro mis días en Hong Kong, donde el gluten se prepara a la agridulce, con pimientos y piña, y se sirve sobre una cama de arroz.

Lo anterior viene a que la noticia del colesterol me hizo hacer un recuento de mis achaques y ajustar mi dieta, por lo que he estado buscando alternativas comestibles que no requieran de mucha preparación y de preferencia a buen precio. Existe en Valencia una cadena de tiendas con productos orgánicos y vegetarianos a la que suelo ir de vez en cuando a comprar provisiones. Su lema es “Cuida tu salud y la del planeta”. Hay de todo. Me da lo mismo que sea orgánico o no mientras tenga sabor y contribuya a una dieta sana. Así, hace unas semanas estando en el establecimiento en cuestión, me topé con un refrigerador repleto de productos sin colesterol, sin gluten, sin lactosa, con coco y vitamina B12. Tipo Camembert, en rebanadas, untable como mantequilla, cremoso tipo filadelfia. El lugar queda lejos por lo que no compré una sino dos de cada cosa. Mejor que Navidad. La compañía que fabrica estos productos, basada en Grecia, quiere conquistar al mundo y allí la llevan. Están presentes en 60 países incluyendo Holanda, el Reino Unido y México.

Una tarde de la semana pasada me dio hambre. Unté una cantidad decente del untable en un pedazo de pan crujiente y, parada junto a la barra de la cocina, me concentré en mi tentempié. Al tercer bocado de sabrosa consistencia se me ocurrió tomar el contenedor y leer los ingredientes. Si no lo hice antes fue por el hecho de haberlo encontrado en una tienda especializada que, hasta entonces, había sido garantía. Ingenua. Mi sentido común debió haberse hecho presente desde la noche anterior en que probé Le Rond, tipo Camembert, y me supo a Roquefort. Les eché la culpa a las carencias de mi paladar. No, no, no. Aceite de coco, almidón, aromas (?), extracto de aceituna y betacaroteno como colorante, vitamina B. El producto untable está hecho a base de aceites vegetales y grasa de coco, habas. Wácala. Mi cuerpo no será un templo, pero comer aceite a cucharadas va más allá de lo que soy capaz de permitirme.

Los productos –sin nombre- se quedarán ocupando espacio en el refrigerador hasta que llegue su fecha de expiración circa 2024, funcionará mejor y con suerte ahorro luz. Mientras tanto, no volveré a comer cosas malas que parezcan buenas y recomiendo hacer lo mismo, en especial leer las etiquetas antes de pagar.

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