El verano ya está prácticamente aquí y todo indica que el mundo ha vuelto a la normalidad. Valencia está llena de turistas, viajeros, vacacionistas y me parece muy bien ya que es bueno para la economía además de que le da colorido a las calles, pero es un hecho que altera el ritmo tranquilo de este pueblo-ciudad. En estos tiempos modernos, la gente quiere viajar y vivir “experiencias” de todo tipo: echarse con paracaídas desde un avión, apreciar la vista desde el globo aerostático, nadar con cocodrilos, ir al espacio o simplemente colarse entre los locales y vivir como ellos, rolarla por allí y visitar un par de museos, algo al alcance de todos los bolsillos gracias a las nuevas ofertas de hospedaje. Así, el destino me ha llevado a hospedarme por algunas semanas en un Airbnb, aquí mismo en Valencia. Una historia larga y aburrida de la cual aún desconozco el desenlace pero Madre de Dios. Ahora si me salió lo Fifí.
Airbnb es una de esas empresas contemporáneas que se manejan por internet y coordinan la transacción entre particulares. Creada en 2008 en San Francisco, Ca. y, valuada en 13.71 billones de dólares (2021, Wiki), sus ganancias son a base de comisión. Una vez realizado el pago, por supuesto, “anfitrión” e “invitado” entran en contacto directo vía email y la plataforma pasa a un segundo plano a menos de que surjan quejas o devoluciones. Creo que como modelo de negocio es excelente gracias a su amplísima oferta de lugares y países que visitar, es una buena alternativa ante el clásico hotel y opción recomendada por los expertos en caso de estancias prolongadas. Además, su marketing es fenomenal. Pero no. Yo no aprendo. Hice uso de esta plataforma hace un par de años, justo antes del Covid y juré no repetir la experiencia. Sin embargo, heme aquí, tratando de sentirme como en casa, mas no solo extraño mi casa y su balcón maravilloso sino también mi barrio, sus ruidos y olores, los personajes de siempre y el desfile de turistas que iba y venían del Airbnb del edificio de junto.
Mi problema no es con la plataforma como tal sino con los anfitriones quienes una vez entregadas las llaves dejan al invitado a su suerte e ingenio. De entrada, la entrega de llaves se retraso por 40 minutos y, más otros en 10 lograr abrir la puerta de madera de la finca de tres pisos en una calle tranquila del área de El Carmen, que conozco bien. Lo catión location location. Dos viajes en taxi y uno caminando y llegue a mi nuevo hogar: Un estudio para dos en el primer piso equipado con cocineta, lavadora de ropa y, wifi, no necesito más. Entre las prisas, el nervio y, el taxi esperando mis subidas y bajadas, no fue sino hasta más tarde en que pude verdaderamente apreciar el estado del sitio a donde me he venido a meter. Y nótese que aun no le he visto la cara al anfitrión, quien se toma 24 hrs. en responder. El caso es que el estudio estaba sucio por lo que llegue a limpiar, me quede afuera de la finca dos veces porque la puerta no abría, la luz principal no sirve, tampoco los dos calentadores y dos lavadoras de ropa inservibles que solo ocupan espacio y acumulan polvo. Y la lista podría seguir. Además, el piso de enfrente esta en espera de los okupas y mis vecinos, lejos de ser locales, son turistas confundidos también hospedados en un Airbnb. La ironía.
Nada es para siempre y agradezco el simple hecho de tener un lugar donde vivir. Pero odio sentir que me han visto la cara. Eso.
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