Aunque me gusta decir que hay que agarrar al toro por los cuernos, ver al enemigo a los ojos y no sé qué tantos rollos, hay ocasiones en que me cuesta trabajo escuchar mis propias palabras sobre todo cuando se trata de tecnologías o lo relacionado con la llamada Inteligencia Artificial y sus derivados. Todo empezó hace como un año, cuando se dio el boom a nivel mundial y, como siempre, se hizo mayor énfasis en lo negativo que en lo positivo. Fotos que se hicieron virales, discursos políticos manipulados, más de lo mismo, pero bajo un nombre que a algunas personas aun nos suena futurístico. La realidad es que la IA es una herramienta de conocimiento que existe desde hace tiempo en otros medios que hoy podría describirse como “una rama de la informática que desarrolla programas capaces de emular procesos propios de la inteligencia humana” () la Enciclopedia Britannica fue en su momento inteligencia artificial impresa; alguna vez la Guía Roji pudo haber sido considerada IA, hoy tenemos Google maps. Nick Bostrom, quien es considerado el filósofo de la super inteligencia afirma que “Gran cantidad de IA se ha infiltrado en aplicaciones generales, comúnmente sin recibir el nombre de IA, porque una vez que algo de la  IA se vuelve suficientemente útil y común deja de ser considerado como tal” (Wiki)  Todavía recuerdo la indignación de muchos escritores cuando hacia finales del siglo pasado apareció el procesador de palabras, una herejía para los fans de papel y lápiz que hoy en día se ha vuelto prácticamente ,indispensable.   Por supuesto las aplicaciones de la IA son infinitas, pero una de las que más conmoción ha causado que además ayuda a explicar un poco mi actitud hasta ahora ha sido su papel en el periodismo y la literatura.  Que si nos va a bajar la chamba, que si no se vale, que si los derechos de autor como en el caso de la demanda del New York Times a OpenAI y Microsoft cuyos bots se esteban entrenando en los artículos del diario, etcétera.

Y fue así como de pronto me armé de valor, escribí “Chat” en el buscador y ohmygod, la sorpresa. En primer lugar es gratis y no hubo necesidad de bajar ninguna aplicación o elemento desconocido. En la pantalla, entonces, apareció un ejemplo y un espacio para mis instrucciones así, directo y rápido. “Escribe un cuento bonito, de colores, con espacios verdes, mariposas, abejas y catarinas. Flores silvestres y un riachuelo con piedras que brillan con el sol. 300 palabras”. El resultado, amables lectores y lectoras, me dejó boquiabierta: “En un lugar mágico del mundo donde los colores danzan y la naturaleza canta, había un vasto prado lleno de flores silvestres. Amarillas, moradas, rosas y azules se entrelazaban en un manto que parecía susurrar secretos al viento...” y todo esto en el primer párrafo. Mas tarde aparecen catarinas con nombre de pila y pequeñas creaturas a la orilla del rio que serpentea por el prado y otras cursilerías propias de mis breves instrucciones. “Y así -cierra el cuento- cada día se reunían llenando el aire con risas y creando recuerdos que brillaban como las piedras del riachuelo”.  Wow. Me tomó unas horas digerirlo, pero mi miedo se esfumó, es más, por primera vez en mi vida me percaté de que con una herramienta como esta podría yo llegar a ser una nueva Corín Tellado, una Jilly Cooper de petatiux y vender miles de copias de novelas románticas en los aeropuertos. Nunca es tarde.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS