Hace muchos años, recién llegada a Londres, me parecía de lo más gracioso y británico tener conversaciones alrededor del clima, algo mundialmente conocido como fatal por esos lares: lluvia, frío, viento, cielos grises, tres días de sol en verano donde todo el personal se pone shorts y vestiditos de temporada reveladores, llenando parques y áreas verdes con picnics, reuniones impromptu y la esperanza de un bronceado aunque sea discreto. Por su posición geográfica, en esto del clima el Reino Unido jamás ha sido favorecido. En Hong Kong, por otro lado, jamás se habla de ello. Con temperaturas promedio de 35oC prácticamente todo el año, allá es la humedad; llegando el invierno salen abrigos, botas y gorritos -aunque usted no lo crea- y así hasta marzo. Lo que he notado a últimas fechas es que hoy en día, en cualquier lugar del mundo, el estado del tiempo no puede faltar en ninguna conversación empezando por Valencia. “Que puto calor” es la frase en español más escuchada por calles y plazas, aunque con eso de que l@s locales abandonan Valencia durante todo agosto, se oyen más las versiones alemana y francesa de esta excelente frase.

Y es que ahora sí nos cayó el Chahuistle. Científic@s, expert@s, activistas, artistas, músicos vienen diciéndolo por años: el cambio climático es real e imposible de ignorar. Hace unos días tuvimos la semana más calurosa en Valencia desde que se tienen récords con temperaturas rozando los 40oC El Reino Unido, en cambio, lleva el verano más seco desde 1836. Esto no es normal. Mientras en varias regiones del mundo nos estamos derritiendo lentamente, los fríos se han intensificado, las lluvias se han vuelto torrenciales, sequías, incendios, las estaciones del año que yo aprendí no tienen nada que ver con la realidad actual. Todavía hace solo tres años apareció Greta Thunberg, la muy joven activista sueca, quien a gritos demando a los gobiernos del mundo hacer algo con respecto a la huella de carbono que producimos los humanos. Pero llegó 2020 y el mundo se paralizó. Paz, amor, buenas intenciones por todos lados pero nada en concreto. Y no es tan complicado.

La huella de carbono es la medida del impacto en el medio ambiente de una persona, organización, producto o servicio teniendo en cuenta todos los gases de efecto invernadero que emite. El efecto invernadero es el resultado de esos gases, esto es, calentamiento global y sus consecuencias: el derretimiento de los polos provoca la subida del mar lo que a su vez causa migraciones masivas y, así me puedo seguir con una larga lista. Por ejemplo, si salgo a cenar y pido un pedazo de carne de res, mi emisión de carbono aumenta al tomar en cuenta los gases emitidos por el animal en cuestión, la granja de donde proviene y sus emisiones, transporte, etc. Cada saludito por WhatsApp, bolsa de plástico desechable, salida en coche, todo emite gases. No sé si por ello Pedro Sánchez, presidente de España, propuso hace unos días no usar ya corbata “Mientras preparan medidas” para ayudar al medio ambiente. Buena idea. También leí por allí que habría que cerrar los campos de golf.

Esta semana, en Australia, el gobierno aprobó una ley en que se compromete a reducir las emisiones de carbono del territorio en un 43% para 2030, aunque no aclara como lo hará. Tampoco incluye ningún mecanismo o subsidio para el transporte, la electricidad, la agricultura o la industria en general. Por algo se empieza.

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