Articulista Elsa Saavedra. Foto: EL UNIVERSAL
14/09/2024 |02:12
Elsa Saavedra
autor de OpiniónVer perfil

Noviembre de 2022 en la estación de policía.  No me atrevo a imaginar lo que debió haber pasado por su cabeza cuando ella misma se reconoció como la mujer de las fotografías. El horror, la confusión, el dolor de saberse traicionada por la misma persona con quien hizo un pacto de amor y respeto mutuos tantos años atrás.  Gisèle Pélicot. Un caso terrible. Triste. Enfurecedor. Dominique Pélicot, el exmarido, quería juicio a puerta cerrada. Ni madres. Ni él ni ninguno de los 51 hombres localizados hasta ahora tienen derecho al anonimato; se dice que son más de noventa, reclutados en línea por el mismo y, todos vecinos de Mazan y sus alrededores, cerca de Aviñón, en Francia. Para Pélicot, los asaltos cuya esposa recibió de manos de otros hombres fueron consecuencia de la negativa de ella de tener relaciones sexuales con él o intercambiar pareja. El vecino, el comisario, el enfermero, da lo mismo, cómplices todos en la violación de una mujer inconsciente, indefensa, incapaz de hablar, pensar o sentir. “No pude resistir”, algunos se han atrevido a decir. Como bestias.

Que esta tortura –porque no existe otra manera de llamarla- haya durado diez años sin que nadie dijera nada me acaba. Porque me cuesta mucho trabajo pensar que en un pueblo de 6 mil habitantes nadie se diera cuenta, nadie notara algo fuera de lo normal, nadie se atreviese a alzar la voz. La sociedad occidental contemporánea se rige por reglas y normas visibles e invisibles en donde el hombre lleva las de ganar, un club de Toby en donde prácticamente no se admiten mujeres. En círculos académicos se le conoce como patriarcado y este es ejemplo de libro de texto. “Mucho morbo” diría mi abuelita, mejor voltear al otro lado, fingir demencia, hacer como si aquí no pasa nada. Temas incómodos que cuestionan el acondicionamiento social al que hemos sido sometidas las mujeres desde hace mucho tiempo y donde el feminismo surge no como una obligación moral de nuestra parte sino como respuesta al fracaso del sexo opuesto.  Por ejemplo, el abogado de seis de los acusados, un señor de apellido De Palma, alega que “hay violaciones y violaciones” y que sus clientes no podían saber que ella no había dado su consentimiento. En Francia, la ley afirma que “...es necesario demostrar la intención culpable. Si el autor esta engañado, no hay violación”.  Entonces, para de Palma, los acusados “Son personas engañadas, atrapadas, no tuvieron tiempo de darse la vuelta” () ... ni de pensar con la cabeza. Gisèle Pélicot tenía lagunas mentales, problemas ginecológicos, dolores inexplicables, confusión.  Me pregunto por sus amigas, ¿habría la confianza?  Me pregunto por los médicos que la atendían, ¿habría el interés, la curiosidad?  Me pregunto si será verdad que al llegar las mujeres a cierta edad lo más fácil es culpar a la menopausia, esa etapa de la que apenas ahora se comenta ya no en secreto, otro tabú femenino, “cosas de mujeres”.  No se vale.

Por lo pronto el juicio ha tenido que ser suspendido porque Dominique está hospitalizado “con serios problemas de salud”. Será Karma. No acostumbro a ser vengativa pero este hombre se ha ganado a pulso todo lo malo que se presente en su camino, él y sus compinches. No solo se victimiza diciendo que el juicio ha arruinado su vida, sino que está convencido de que sin tanto lío legal “Gisèle no se hubiera enterado de nada, habríamos seguido siendo felices”.

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