Murió Mikhail Gorbachev, el último líder de la Unión Soviética, hombre clave en la apertura al mundo occidental, la caída del muro de Berlín y el comienzo de una nueva era que, a principios de los noventas, parecía tan prometedora. El infame anuncio de la llegada de Pizza Hut protagonizado por el líder y su nieta, los Starbucks y McDonald’s. Occidente llegó al bloque soviético y el cambio tuvo como consecuencia problemas económicos y sociales, descontento, añoranza. No son muchos quienes recuerdan con cariño a Gorbachev, tan es así que se rumora Putin no atenderá su funeral. Luego llegó Boris Yeltsin con su gobierno del desmadre y apertura total hacia las oportunidades, placeres y libertades del capitalismo y el sueño americano. El resto ya lo conocemos.
Todo empezó en los ochentas, digo yo, esa década tan especial y llena de novedades que tantas y tantas personas siguen romantizando y que por alguna razón no logran dejar atrás. La música de entonces, por ejemplo, sigue sonando en la radio, los antros y son ahora los chavit@s de veintitantos que la escuchan y cantan como si el tiempo no hubiera pasado. En aquél entonces la vida era glamorosa y, en apariencia, estaba al alcance de tod@s. “La codicia es buena” dijo Gordon Gekko, el personaje tan peculiar que personificara Michael Douglas en la película Wall Street. Much@s nos fuimos con la finta pero no, la bolsa eventualmente se desplomó y con él los sueños de much@s. Aún asi esta filosofía de vida quedó arraigada: El dinero compra prestigio, status, felicidad. Llegan los noventas y con ellos el cambio radical no solo en cuestiones geopolíticas sino también en actitud, pero esta vez a nivel mundial: Internet, globalización, comunicación, todo lo bueno y lo malo al alcance de tod@s. El resultado no ha sido bueno.
No sé exactamente en qué momento ni cómo sucedió, pero el sentido común desapareció para dar pie al egoísmo, el abuso, la falta de tolerancia. Tal vez fue el temor al nuevo siglo disfrazado de emoción, o quizás la culminación de la filosofía de los últimos años del siglo pasado. Woodstock 1999, por ejemplo, es el perfecto ejemplo de ello. Sí, ya vi el documental y francamente me dejó en shock. Con dinero baila el mono y al diablo con todo lo demás. Los asistentes -la juventud, divino tesoro- tratados como animales y actuando de la misma manera ante el abuso y la codicia de los organizadores. La codicia es buena. Hagamos dinero a como dé lugar.
¿Cuestión generacional? ¿Será que los jefes de gobierno y grandes empresarios son los mismos que hace 25 años? Misma mentalidad, mismas metas, oídos sordos ante lo que realmente sucede en un occidente en decadencia, una economía en ruinas, una sociedad cada vez más salvaje y agresiva, intolerante. Tú, yo, los otros. La sociedad perdió el respeto, ganó el prejuicio. Digo sociedad porque me refiero a tod@s. El respeto a la autoridad, los mayores, entre familias, el civismo. El prejuicio, antes de siquiera abrir la boca y el insulto inmediatamente después. Es un fenómeno reciente y ha sido en gran parte resultado del anonimato que ofrecen las redes sociales. Pero hay más. Como diría mi tía Niní, la gente ya no tiene vergüenza y vuelca sus frustraciones en quien esté a la mano: el vecino, la cola del super, de coche a coche. Agresión, rabia, insulto. Nos hemos vuelto tan intolerantes que cuando alguien no concuerda con nuestros sentimientos u opiniones, aguas. En qué acabará todo esto, me pregunto, al tiempo que prefiero no pensar.