Con mayo se va el mes de la salud mental y yo calladita. Hay pocos temas en la vida que me apasionen tanto como la mente y su funcionamiento y no se como entrarle. Podría contarles de como funcionan los distintos químicos del cerebro, la serotonina por ejemplo que es la mas conocida, o como cortos circuitos neuro eléctricos provocan reacciones extrañas. También podría mostrarles estadísticas que tanto gustan: edad, genero, estatus socioeconómico, ciudad, país. ¿Qué tal una lista o breve descripción del enorme espectro de síndromes y enfermedades que pueden afectar la mente, sus síntomas mas frecuentes y, el nombre del fármaco con cada cual? Pero mi punto no es ese. El “Mes de concientización sobre salud mental” empezó en 1949, en Estados Unidos y con los años se ha ido colando por el resto del mundo. Me atrevo a decir que fue el shock del suicidio de Robin Williams que finalmente nos hizo voltear a ver de frente una realidad cuyo estigma sigue en pleno siglo XXI y, Mas ahora con lo que parece el principio del final del covid, cuando tantas y tantas personas han sido afectadas por una o muchas razones.
Salud mental. ¿Por qué es tan difícil hablar de ella? En mi caso porque no me gusta colgarme plaquitas ni medallas, ni ningún tipo de distintivo, pero hay veces en que son necesarios. La depresión y yo nos conocemos desde hace muchos años. Curiosamente sus síntomas son muy variados y en mi caso fue enojo y, aunque mi infancia fue feliz siempre estaba de mal humor. Adolescencia difícil, como todas, no lograba integrarme a ningún grupo social. No fue sino hasta mis veintes en que se dio un diagnostico oficial y me cambió la vida. Me enseñó a aprender de mi enfermedad, de cómo enfrentarla cuando llega, a no darme por vencida y salir del profundo y obscuro espacio en donde me hundo de vez en cuando. A veces siento la tormenta venir en camino, las nubes cada vez más grises y esa neblina que no deja ver bien y, más tarde, como me hundo lenta e inevitablemente en la obscuridad. Paralizada. Pero aquí sigo. Fechas y detalles los guardo para mi psicoterapeuta a quien le pago por oír mis necedades y sacar conclusiones sin sentirme juzgada, y reencuadrar capítulos enteros de mi vida al descubrir de donde exactamente vienen mis conflictos y así tratar de resolverlos. Años y años de aprendizaje sobre mí misma, mi fragilidad, mi resiliencia y lados fuertes. Herramientas y técnicas para calmar un cerebro que no para. ¡Aquellos familiarizados con el tema sabrán a lo que me refiero, los que no dirán “¡Ánimo! tú puedes” Pero la verdad es que sola no puedo. Y así está bien.
Supuestamente fue Mark Twain quien dijo He conocido muchas penas la mayoría de las cuales nunca sucedieron. Y es más o menos por allí como yo explicaría la depresión crónica, como es mi caso, aunque no siempre es así. Puede haber crisis pequeñitas, días incomodos, circunstancias no favorables en la familia o el trabajo que también afectan. O covid, para ponernos a todos en jaque. El chiste es encontrar maneras de mantener a los demonios bajo control y si se escapan enfrentarlos como guerrer@. Aprender nuevos trucos para ayudarse a un@ mism@ a estar tranquil@, en paz.
Y luego esta el otro lado de la historia, la salud mental de quienes día a día se enfrentan con la psique a veces impredecible de otros: los familiares, los cuidadores, las enfermeras, terapeutas, médicos. La empatía. La paciencia. O el inevitable choque, la negación, el miedo a lo desconocido.