Creo que lo que más me tiene sorprendida es la reacción negativa de mucha gente que conozco y estimo ante Carlos III, gente que no tiene nada que ver con la realeza británica ni con las islas y territorios. Memes. Juicios mala onda. Descalificación total. No se trata de convencer a nadie ni de meterse en rollos políticos, pero yo estoy en Londres y vine a presentar mis respetos a la reina Isabel II y mi apoyo al rey. Es algo muy personal y no llegué a tiempo, ni a la cola. Ha terminado el reinado de Isabel II, una mujer incomparable. Ahora le toca a Carlos III tomar el rol para el que lleva 72 años preparándose con la mejor maestra.

El rey sube al trono en medio de una era muy turbulenta para la humanidad. Dos días antes de su muerte, la Reina había aceptado la renuncia de Boris Johnson (otro bueno para nada) y aceptado a Lizz Tuss como nueva Primer Ministro quien, por cierto, ha estado acompañando al monarca durante su gira. Pero habrá problemas. Su reinado coincide no solamente con la nueva Primer Ministro, sino también con inflación del 10%, crisis climática, crisis energética, la guerra en Ucrania y Brexit. Y eso de lo que me acuerdo. Además, el cuestionamiento social sobre el “valor” y “objeto” de la monarquía en general y la británica en particular. Y todo esto sin contar los problemas familiares -que son bastantes- y su propio duelo. El hombre acaba de perder a su madre y aun así continúa con su deber de manera digna y abierta, notoria por la manera cercana y personal con el público. A apenas una semana de todo, es obvio que no sabe ni en qué día vive y es válido que haga corajes de vez en cuando. Además, las plumas fuente son un problema por donde lo vean.

Respeto a la muerte. A la investidura. A la familia. El hombre tiene la mirada del mundo encima y el corazón destrozado. Silencioso. Íntimo. Es bien sabido que yo me las doy de miembro honorario de la mancomunidad y no busco ni independencia, ni disculpas públicas ni “acción”. Londres fue mi residencia oficial y país adoptivo alrededor de los noventa, ciudad que nunca dejaré de extrañar. Generaciones y generaciones crecimos con esta familia disfuncional y rígida que ha ido evolucionando poco a poco durante los últimos 25 años. Como dijo Macron, para el resto del mundo era simplemente La Reina. La única. Ni Carlos III, ni ningún miembro de la realeza podrá reemplazarla. Y es que no se trata de eso. Él es el encargado de validar a la familia real en el siglo XXI, de darle a estos tiempos raros algo de continuidad, de ayudar a consolidar alianzas y otorgar libertades. “¡Pero Camilla!” Vale madres. Soy romántica pero también pragmática. La reina consorte es el amor de su vida, llevan juntos desde sus años mozos, se conocen, se entienden y apoyan. Exceptuando por los años en que ambos estuvieron casados con otras personas, claro, pero esa es otra historia larga, complicada, con final trágico que ya nos sabemos. Camilla, en cambio, nunca ha buscado atención, de hecho nunca le atrajo la idea de ser reina pero ya ven, ahí la ha colocado la vida, con crédito estelar en el reality show por excelencia que es la monarquía británica. Nacen y crecen bajo el escrutinio público como animalitos en del zoológico, pajaritos enjaulados. Serán palacios y castillos, diamantes y rubies, pero hay una cadena de oro que los ata al sentido del deber y obliga a continuar con la tradición de vivir para los demás.

God Save the King

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