Una de las actividades más terapéuticas para un estado mental relajado es el lavar ropa, tender y planchar; no sólo pone orden y limpieza en mi casa, sino que además estoy haciendo algo útil. Total, que mientras guardaba mi ropa fresca y con olor a Ariel, caí en la cuenta de que tengo muchos calcetines. Muchos. Hasta la rodilla, media pierna, tines e invisibles, encogidos, viejos, medio viejos, remendados, una gran colección de muchos años. La mayoría de ellos tienen su propio outfit, zapato y leyenda. Si en los setentas fueron los parches de tela cosidos o pegados a jeans y chamarras, los ochentas se destacaron por sus pines y botones de metal con dichos o fotos de famosos, comunicación no verbal a su máxima expresión al igual que las camisetas que más bien llegaron para quedarse. Ha llegado el turno del calcetín.

La historia del calcetín es larga y entretenida. Los primeros que se conocen vienen de Egipto, entre los años 300 y 500 y a lo largo de los años ha cambiado su estilo, fabricación y material. Su uso es común porque nos protege, básicamente, y porque es necesario que, en la vida, como brujería, desaparezca uno de la lavadora cada determinado tiempo. Y no es mito urbano, me consta. El misterio de los calcetines perdidos ha existido desde la invención de las lavadoras, tan es así que tienen su día internacional el 9 de mayo de cada año. Ninguna de sus explicaciones es 100% convincente. Y hay mucho más. Hoy, esta sencilla prenda se ha convertido en un lenguaje importantísimo dentro de la comunicación no hablada. Enséñame tus calcetines y te diré quién eres.

Coloridos, divertidos, clásicos, deportivos, especiales, pueden también expresar discretamente rebeldía, repudio, admiración, solidaridad con algo o alguien. Por ejemplo, nada más tranquilizante que un trajeado con calcetines contrastantes, ya sean de colores o dibujos, para saber que este individuo no se toma tan en serio. En la otra esquina estarían mis calcetines de Puka, el personaje animado, u Obama, por quien sigo teniendo un enorme respeto. Están también los de gatos estelares con fondo galáctico y los de Barbie, por supuesto. Entre mi colección puedo elegir el que más se adapte a las necesidades del día, ya sea seriedad, valemadrismo o simplemente verme combinada de arriba a abajo.

Aquí en España son negociazo. La primera tienda especializada abrió en Madrid: Socks Market, y en el 2019 estaban vendiendo más de 300,000 pares a precios que van desde 6.5 hasta 54 euros. Nada mal para algo que no se ve. Abundan en las tiendas de souvenirs con motivos locales como piernas de jamón, naranjas, bicicletas, paella, todo lo que hace de Valencia una gran ciudad.

En conclusión, regalemos calcetines, aunque no sean españoles, ya que nunca estarán por demás. L@s regalad@s no solo se sorprenderán, sino que además l@s verán raro. Pero la angustia pasará en unos minutos, tan pronto ell@s se den cuenta del valor y utilidad de esta sencilla y menospreciada prenda. Además, estéticamente ya no está prohibido su uso con chanclas o huaraches, todo se vale.

Ahora bien, ustedes se preguntarán por qué, habiendo tantas tragedias en el mundo, escojo escribir sobre algo tan banal: precisamente por eso. Nos tomamos muy en serio, nos olvidamos de los pequeños misterios de la vida. Los calcetines sin par eventualmente encuentran pareja, en el inter lo mejor es hacerlos, guardarlos o convertirlos en títere o mascota. Bien dice el dicho que siempre hay un roto para un descosido.

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