Ahhhh, los franceses y su je ne sais quoi. Con el mundo como está, lo último que traía por la cabeza eran las poco más de dos semanas dedicadas al deporte que cada cuatro años nos ofrecen los Juegos Olímpicos. Mucho menos recordaba que eran en París, tierra de revolucionarios, enciclopedistas, casas de moda y galerías de arte, lo chic, lo Avant Garde. Qué sensacional sorpresa, qué respiro para mi aturdida mente. Hacía tiempo que un evento de esta magnitud me contagiase su buena vibra y espíritu de competencia y respeto entre los interesados. De entrada, la ceremonia de inauguración reflejó exactamente lo que su director, Thomas Jolly, se propuso: romper clichés. La Ciudad Luz lució como nunca, el Sena cobró vida, sus puentes, su historia, las artes, mezclando lo antiguo con lo contemporáneo. Los persignados se ofendieron con un saco que ni les quedaba, por supuesto. ‘No señores y señoras, no era la Última Cena”; “Sí, damas y caballeros, esa que ven allí deteniendo su propia cabeza es María Antonieta”. Genial. Lady Gaga como siempre personificando significados. Céline Dion merece homenaje aparte, el verla allá arriba con todo y a pesar de su enfermedad, triunfante, glamorosa, con esa voz me enchinó el cuerpo y, como ella, en la breve pausa entre estribillo y estribillo, pude sentir toda la magia del momento.
El lema “Juegos abiertos de par en par”, más responsables, más inclusivos, más igualitarios y más espectaculares que nunca –según esto. No puedo recitar quién ganó qué y por cuantos segundos, los retos y hazañas casi sobrehumanas de los deportistas me parecen increíbles: alturas, velocidades, precisión, gracia, estilo, fuerza, rudeza, lo que se ofrezca según la ocasión. Y tuve la impresión de que hubo mayor humildad y camaradería que en otras ocasiones. Simone Biles, una pantera. Las sirenas mexicanas, admirables. El turco Yusuf Dikec personificando lo cool. El extraño caso de humildad de Djokovic y Carlos Alcaraz. No faltó la controversia, por supuesto, desde la falta de aire acondicionado en las instalaciones de la Villa Olímpica hasta la falta de opciones carnívoras en el menú. El incidente más sonado es de la boxeadora argelina Imane Khelif, quien terminó con medalla de oro y ahora también demanda a J.K. Rowling y Elon Musk por acoso cibernético. Y es que, en cuestiones de género, mientras no haya consenso entre organizaciones, instituciones y demás responsables en definir lo que es aceptable como “comprobante de género” -por más obvio que sea-, este tipo de problemas seguirán existiendo. En cambio, clarísimo ejemplo de virilidad de Anthony Amiratti, el garrochista francés cuyo pene se interpuso entre él y la barra tirándola y quedando descalificado del resto de las competencias. Como premio de consolación, un canal adulto ya le ofreció 250,000 dlls. por aparecer en vivo y lo está considerando. ¿Haciendo qué? No sé. Entre los incidentes más vergonzosos, la australiana Raygun en el debut y despedida de “Breaking” como categoría olímpica. Nada más que decir.
¿Y Snoop Dogg? Su presencia fue refrescante y divertida por donde se le busque y estará en los Ángeles en 2028. Lo que no sé es cómo van a manejar lo de Tom Cruise, rey de la acrobacia, quien hizo rapel desde el techo del Stade de France, tomó la bandera olímpica y se alejó en motocicleta, “aterrizando” en el letrero de Hollywood en un segmento pregrabado. Todo tiene un límite y Tom Cruise tendrá entonces 66 años. Nada más digo.