Tengo la fortuna de vivir en una calle llena de acción. No es ancha, aunque sí muy larga y, mi piso está muy cerca de lo que solía ser el principio de esta, ahora cerrada por las obras de reconstrucción cercanas que, por cierto, ahí la llevan al igual que el ruido y polvo. Al cerrar la calle y, entre tiendas bares, mesas, coches estacionados, y peatones el único lugar donde cargar, descargar y distribuir es justamente frente a mi casa, de allí que día y noche la acción se hace sentir. He estado planeando un proyecto en donde una cámara transmite todo el día desde mi balcón o ventana (según el clima), en donde yo dejo comentarios alusivos a los personajes tanto regulares como ocasionales que desfilan por aquí. Un reality de nada en donde pasa de todo. De vez en cuando daríamos la vuelta por el barrio a ver que cerro, que sigue y que hay de nuevo. Por ejemplo, la semana pasada desmantelaron un restaurant que jamás ví abierto. Alguna vez debió ser muy exitoso a juzgar por la cantidad de personas decepcionadas que paraban frente al mismo, y el número de reseñas positivas, las cuales terminan circa marzo 2020. Fue muy conmovedor ver a toda la familia empacar un proyecto que yo supongo fue víctima del COVID. Al medio día se sentaron a comer en la que debió ser la mejor mesa de un lugar decorado con buen gusto y dedicación al detalle… Por otro lado, siguiendo hacia el este, está a punto de abrir un nuevo bar alemán en donde algún día estuvo La Mordida, uno de los primeros restaurantes mexicanos en Valencia.
No obstante, la verdadera acción tendría lugar frente a mi balcón. Estoy consciente de que habría que ser super dedicado para seguir la falta de trama del reality, por lo que tal vez un “mejor de” semanal resultaría más convenientes. O limitarse a ciertas horas del día o de la semana. No sé, tendré que hacer uso de mis conocimientos de producción, aunque primero habrá que desempolvarlos. El caso es que desde este punto en particular observaríamos las aventuras de Don Vicente, mi vecino, quien todos los días va a alta velocidad en su silla eléctrica saludando a sus amigos de bar en bar. Veríamos a Marlene, la mujer del tarot y sanadora por vocación, quien abandona su tienda para dar consejos a sus clientes en el teléfono móvil mientras se pasea. A los indigentes en su ruta diaria por la ciudad. Al personal de la agencia inmobiliaria quienes se reúnen todos los días a la misma hora, en la misma mesa, de la misma terraza, a tomar café. Los de la basura, del reciclaje, cada uno haciendo más ruido que el anterior. Las bodas y bautizos. El gato pardo de medianoche. Mis prejuicios asumen que cualquier voz joven que se escucha a las 6 de la mañana del domingo viene de la fiesta y no va camino al deporte. Están también los paseos matutinos y vespertinos de los perros, los repartidores de refrescos, cervezas; “Frutas y Verduras García”, “Coloniales El Sol”.
Me preguntaba si acaso me estoy convirtiendo en una de esas viejillas metiches de esas que viven bajo cuatro llaves y nunca salen de sus casas pero no lo creo, al menos yo salgo al balcón. Mas bien es la curiosidad, gajes del oficio. Se que mi proyecto es viable, la idea le funciono a Jerry Seinfeld. Y más ahora que ya no están las Kardashian. En honor al gran Hitchcock podría llamarse Front Window - el primer reality de misterio .
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