Después de dos semanas de vacaciones, llegué a casa a encontrarme con plantas moribundas y algo de tranquilidad. Para alguien que presume de antisocial, 15 días en un crucero sin haberme echado por la borda es todo un logro. Mi compañer@ de cabina fue la persona encargada de las relaciones públicas mientras yo me dediqué a observar y tomar nota de los acontecimientos a mi alrededor. El clima en general estuvo muy a gusto –no bajamos de los 6°C - mas no por ello hice uso de la alberca como l@s much@s nórdic@s e ingles@es a bordo del barco, tampoco los demás mexicanos que viajaban con nosotros, los cuales eran muchos. Menos mal que la economía mundial está en crisis . Pero ese no es el punto. Un par de días antes de abordar tuve que hacer arreglos de último minuto, por teléfono, con un español que me preguntó sobre mi acento con el que estaba encantado. Llevo dos años viviendo en Valencia mas no hablo ‘español’, esos ridículos a quienes se les pega el sesear después de unas semanas por estas tierras no engañan a nadie y, además, suelen hablar con muy mala ortografía. ‘Mexicano’, le dije. Bonito, claro, agradable al oído, de pronunciación relativamente sencilla, el mexicano es una variedad de español inconfundible, tal como la mexicanidad.

No es un acento, por supuesto, esto de la mexicanidad, después de todo el territorio es muy grande como para hablar de manera uniforme, pero hay algo que distingue al mexicano sobre muchas otras nacionalidades. El concepto no es fácil de expresar en palabras. Octavio Paz , por ejemplo, escribe entre otras cosas que “La Mexicanidad es una manera de no ser nosotros mismos, una reiterada manera de ser y vivir otra cosa”. El Instituto de la Mexicanidad ofrece todo tipo de definiciones sociológicas, filosóficas y demás, desde Antonio Caso hasta Roger Bartra . Yo humildemente sugiero que la Mexicanidad es como una medalla de honor, un club no tan privado al que pertenecemos los que hemos crecido allí. Nos reconocemos con la mirada, aunque no sea a los ojos. Y todo esto antes de abrir la boca. Un aura, una vibra. Una serie de modismos y costumbres adquiridos socialmente que se expresan, por ejemplo, en el amor a la bandera, al equipo nacional, los boleros con Luis Miguel, el ‘Viva México, ¡cabrones!’ aunque no haya en realidad mucho que celebrar. Se dan por entendido todo lo malo y todo lo bueno que tiene nuestro ‘pobre México, tan lejos de Dios...” y por ello se brinda, con tequila. No tiene nada que ver con la apariencia, etnia o clase social, ya que habemos de todos colores, sabores y, muchos estereotipos por supuesto, pero ya no aquel del sombrero de charro y bigote. Cantinflas y el Chapulín Colorado dejaron también de ser para dar paso al Santo, A Frida, a los billetes de lotería, al mezcal artesanal.

El turista latino es muy similar: familias numerosas, volumen alto al hablar, esa maña tan incómoda que tienen los hombres de saludar de beso a una perfecta desconocida, etc. Hoy en día, en España, los latinoamericanos se dividen en dos: uruguayos, mexicanos y argentinos , por un lado y, por el otro el resto de los países de habla hispana de cualquier parte del mundo. No creo que los argentinos estén muy convencidos. Los mexicanos ganan por mucho en valentía al ser ‘gente normal tratando como puede de hacer su vida en ciudades y provincias super peligrosas’ de las que se enteran por redes sociales. Y este es el lado bueno, porque que hay más, pero ya será otro día.

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