Una temporada muy rara, esta de las Fallas. Una verbena de tres semanas durante las cuales el ruido de pólvora, los turistas y, el caos generalizado toman las riendas de la capital. Un valenciano de verdad huye de la ciudad y el que no puede se encierra en su casa esperando a que pase la pesadilla. Y no es que lo diga yo. Tod@s aquell@s a quienes pregunté no sienten ningún afecto por esta tradición de tantos años, ya no sienten su espíritu, su magia. Mi vecina salió una mañana y grito “¡Odio las Fallas!”. No nos hemos presentado pero a menudo la veo paseando a sus dos perros. Patrimonio de la UNESCO desde 2016, las Fallas son una mezcla de religión y paganismo que comenzó hace siglos en el solsticio de primavera, cuando los carpinteros celebraban a su patrono San José con fogatas que evitaban la polilla y el mal agüero. Hoy en día es la atracción turística más lucrativa e importante del año en el calendario de la Comunidad Valenciana con todo lo que ello implica. Y un gusto adquirido.

Fue casualidad que mi primera visita a Valencia, en marzo de 2020, coincidiera con esta gran tradición local de la cual no tenía yo ni idea, y cuyo espíritu esta allá con los de La Tomatina y San Fermín. Siendo 2020 las Fallas se cancelaron. Alerta roja. Y aunque en Hong Kong -donde vivía- llevábamos varios meses con covid, no fue sino hasta ahora que entro el pánico en el resto del mundo. Sali huyendo de Valencia y estuve cinco días atorada en el aeropuerto de Heathrow, en Londres, esperando un asiento vacío en el siguiente vuelo a casa. Empecé a sentirme como Tom Hanks. El año pasado hubo un festejo pequeño, simbólico, para quemar las figuras de madera, corcho, y cartón, pintadas delicadamente, coloridas obras de arte en tamaños y temas variados que decoran toda la ciudad y hacer espacio para las nuevas. Increíble. Supongo que hay que nacer valenciano para entenderlo o, como mexicana puedo compararlo con las piñatas, cuando las criaturas escogen a su héroe predilecto para al final agarrarlo a palazos. Cada año se indulta una falla la cual se salva de la hoguera y pasa al museo fallero.

Este año, a pesar del clima frío y lluvioso, los eventos no han parado. La Comunidad Fallera tiene intereses políticos y económico en el área y en estas fechas aprovechan. Orgullosos de su arte tan particular, cierran calles, organizan fiestas, bailes, discos. Puestos de churros y buñuelos de calabaza, bocadillos de morcilla, chorizo o calamar, aparecen también en lugares estratégicos. Todos los días faller@s, jóvenes y turistas se reúnen frente al Ayuntamiento para la mascletá (juegos pirotécnicos) de las 2 de la tarde y, después diez minutos de ruido infernal, retumbante y ensordecedor, siguen la fiesta por las calles del centro acompañados por bandas musicales y todo tipo de fans. Las falleras, en trajes bordados elaboradísimos estilo siglo XVIII, también bajo la lluvia, llevando la ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados, patrona de por acá, disfrutando los petardos, y explosiones sorpresivas en su honor. El chiste es hacer ruido. Todo el día.

La mera fiesta es esta noche, cuando todo se reduce a cenizas, el olor a pólvora inunda Ciutat Vella y 20 minutos de fuegos artificiales prometen todo un espectáculo auditivo y visual que no debe perderse. Pero ¿lloverá? Hasta ahora esta ha sido la causa de dos mascletás canceladas y a estas alturas, la verdad, yo no dejo de pensar en la Virgen de la Cueva.

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