No sé qué tanto fue mi impresionable edad y, cuánto la magnífica publicidad que se hizo en México en los sesentas y setentas, pero yo caí redondita con campañas inolvidables como aquella de Acapulco en la azotea (jabón para lavadora de ropa), agarra la jarra (ron), póngale lo sabroso (mayonesa), ¿estrenando...? (jabón para ropa delicada), frases que se convirtieron en parte del folclor mexicano, referencia indispensable tanto en la historia de la cultura popular del país como en la lista del super. ¿Y las marcas, Apá? Punto de partida interesante mas no necesariamente forzoso y con algunas excepciones, por ejemplo, en la casa y la oficina ¿quién no ha usado Vitacilina?, ah qué buena medicina. Lo anterior viene al caso porque el otro día, en casa, me topé con una veloz cucaracha. Estoy suficientemente familiarizada con estos animalillos como para no brincar en una silla y jalarme los pelos a la vez que pido ayuda por lo que de lo más tranquila a buscar el mata bichos, para darme cuenta un segundo después que entre mis posesiones no había tal. No me gusta usar la chancla porque el insecto cruje, pero no hubo alternativa. Así, procedí con la labor. No hizo ruido, pero tampoco salió corriendo por lo que la dí por muerta y me olvidé del asunto. A la mañana siguiente, oh sorpresa al no ver rastros de Blattodia de la cual, por cierto, existen más de 4500 especies; la Valenciana parece ser tan común y corriente como las demás e igual de repugnante. La primera misión del día, entonces, fue ir a la tienda más cercana por un famoso mata bichos cuya marca no tenían en existencia. Horror.

Valentía, mas no osadía, es lo que se necesita para que yo cambie mi marca habitual. Es costumbre, familiaridad, es saber que el producto funcionará bien o no tanto, pero conozco los resultados, ¿para qué moverle? Además, la gloria de la globalización me lo facilita ofreciéndome lo mismo en versión local. Encontré mi marca en el segundo intento y eventualmente Blattodia y yo volvimos a toparnos: esta vez la ataqué con toda la fuerza de mi dedo índice sobre el dispensador del envase de metal. Murió casi al instante y, cosa rara, me hizo recordar aquel jingle de los tomatitos contentitos hasta que llegó el verdugo a hacerlos jugo, “Qué me importa la muerte, dicen a coorooooo... Si muero con decoro con los productos...”. Genial. Lo que me sorprendió fue lo que encontré abajo del fregadero de la cocina, espacio donde vive dicho insecticida y los productos de limpieza. Alcohol del 96, vinagre blanco, blanqueador y quita polvo de marca, lava pisos olor pino marca de la tienda, marca libre, marca blanca, marca la que huele más fuerte mas no la más barata.  Y es que no he encontrado mi marca de costumbre, la que huele al punto exacto de pino sin convertirse en baño público, la misma marca que recuerdo y compro desde siempre y cuyo jingle me brinca en la cabeza cada vez que paso el mopo: “...Aromatiza, liiiiiimpia y desinfecta...”.

Alguna vez se me ocurrió especializarme en publicidad y ayudar a inventar necesidades inexistentes que se vuelven indispensables, crear melodías y frases inolvidables, pero mi consciencia pudo más. Además, las clases empezaban a las siete de la mañana haciendo imposible mantener cierta puntualidad a lo largo de todo el semestre, pero esa es otra historia. Hoy soy feliz con marcas y sin ellas persiguiendo cucarachas a mi propio ritmo en mi departamento que huele a bosque. Música opcional.

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