Debo confesar que las últimas dos semanas me han costado mucho trabajo. Termina el año casi como empezó, con un mes largo, largo. Los días se sienten eternos pero las semanas se pasan volando. Diciembre, mes de fiestas, abrazos y buenos deseos, viejas amistades, parentela. En las oficinas se trabaja a medias. Navidad. Este año toca en casa y cosa rara me tiene sin mayor preocupación. Pero ¿qué tal las visitas? Gente de confianza toda, amable, educada y obediente y yo con los pelos de punta no sea que... ¿Que qué? Me ponen nerviosa, hay que atenderlas, alimentarlas, cooperar para que su estancia sea lo más amena posible. No es queja, al contrario, quiero que todo salga a la perfección y de allí el nervio el procurar, el no quedar corta.
Pero hago excepciones y pongo reglas. Regla número uno: Quitarse los zapatos al entrar. Una costumbre adquirida en mis días en Hong Kong que el mundo entero debiese adoptar. Menos mugre, menos gérmenes visibles e invisibles por toda la casa. Regla número dos: No lavar platos, vasos, tazas o cualquier cosa remotamente frágil, eso lo lavo yo. Si rompo algo, la idiota soy yo. Regla número tres y posiblemente la más importante: No discutir necedades. La otra noche estaba yo en una cena en donde uno de los comensales le pregunto al otro si, sabiendo lo que se sabe hoy, mataría a Hitler. Nótese que el preguntón era norteamericano y el preguntado ruso. “Lo siento, pero no podría hacerlo” fue su respuesta. Entonces el vecino del norte nos miró uno a uno buscando discusión con alguien. Lo siento, pero no. Así en mi casa. Y no es que no me guste discutir, al contrario, un buen intercambio de ideas, mitos y creencias puede ser de lo más ameno, pero no en estas fechas de amor y buena voluntad.
Una noche me llevé a las visitas a ver la iluminación, una mañana a ver los árboles decorados cortesía del Ayuntamiento de Valencia. Lo mejor fue cuando paseando por la Plaza de la Virgen, uno de los espacios más variados de esta ciudad, nos encontramos en medio del III Festival de Villancicos en donde un coro escolar entonaba “Last Christmas” de Wham, algo que me sorprendió y alegró por igual. George Michael (quien murió el 25 de diciembre de 2016) estaría tan feliz como yo, aunque por razones muy distintas, y es que llevo años mirando cómo beben los peces en el río y a los pastores corriendo presurosos a Belén. El inesperado cambio me hizo también recordar que es hoy el día en que, entre 9 y 12 pm aparece el Espíritu de la Navidad y no es necesario dejarle galletas y leche como a Santa Claus.
Dato curioso: Subí a mi cuenta de Instagram un dicho de Colby Kultgen que va “Make a habit of reaching out to people just because they crossed your mind”, algo así como haz costumbre de llamar, buscar, acercarte a la gente por el simple hecho de acordarte de ellas. Es bonito, algo cursi, y sería sensacional ponerlo en práctica. La última vez que chequé las estadísticas al respecto, la foto había sido vista o compartida por 533 personas, cuatro veces más que mi humilde número de seguidores. Esto me dice que, así como yo existen muchos y muchas buscando algo de amabilidad y sobre todo humanidad. Me hace sentir que con todo y a pesar de las sorpresas que nos depara este nuevo mundo, totalmente desmadrado, hay gente, gente.
Me da esperanza. Felices fiestas.