Claro, hay muchas, y es posible que estén pensando en los naufragios que han estado presentes desde que el hombre navega los misteriosos mares. ¿Se acuerdan del Titanic? Sin embargo hay otras, urbanas, azules, exclusivas, que ocupan un lugar importante en el jardín de algunas mansiones. A estas se refiere Miguel Tapia en su libro Tumbas de agua, que obtuvo el Premio de Novela Ciudad de Estepona 2019, fallado en junio de 2020 en esa municipalidad española y publicado por editorial Pre-Textos en Valencia, España, en octubre del año pasado. La obra transcurre en una lluviosa ciudad del noroeste mexicano, y el conflicto es lo que le ocurre a un joven de clase baja que advierte que el mundo es una esfera que al menor empellón se desploma hecho pedazos.
Joaquín, trabaja limpiando albercas. En una de ellas conoce a Miranda, una chica hermosa de la que se enamora. Ella dibuja halcones en pequeños cuadernos y luce su belleza en la piscina. El Rorro, de oficio sospechoso y propietario de esa enorme casa, controla a la chica y trata de involucrar al alberquero en asuntos delicados. Ya verán. Pero los problemas del personaje no terminan ahí. Su hermana Silvina se ha convertido en una atractiva mujer y la pretende el narquillo del barrio, que conduce una troca negra, de llantas anchas, escucha corridos a todo volumen y disfruta echar “bravatas motorizadas” sin venir al caso. Otra cosa que lo martiriza es la pasividad de su madre, que fue abandonada por su marido que ahora está en Estados Unidos y jamás manda dinero. Eso de las remesas para ellos es una leyenda urbana. Tapia mueve sus personajes con suavidad, en capítulos cortos, proponiendo enigmas que resuelve poco a poco. Joaquín babea por Miranda pero sabe que no tiene oportunidad, además del peligro que significa invadir el territorio de un sujeto que se atreve a todo. Sin embargo, acepta verla en el zoológico y se sorprende cuando ella le pide un favor. Luego de eso, hay un enfrentamiento a tiros en una avenida en pleno tráfico de la que Joaquín escapa conmocionado, encuartelan a la policía estatal y el ejército toma la ciudad despertando el temor de todos. ¿Quieren saber qué pasa con el Rorro, Miranda y “el oleaje vertical de su cabello”, la casa y por supuesto la alberca? Lo dejo en sus manos. Como bien saben, entre lectores nos leemos las manos y los ojos.
Cada libro que publica Miguel Tapia, que nació en Culiacán, Sinaloa, México, en 1972, es un viaje a lo mejor de sí mismo, adicionado de una profunda exploración del paisaje, de la época de que ha sido testigo, y de las profundas desigualdades que crecen todos los días en una sociedad engañada y egoísta donde es imposible soñar. ¿Qué hace Gonzalo, hermano de Joaquín para escapar de esa miseria? Largarse, medida que al protagonista no le nace tomar porque cifra sus esperanzas en una vuelta de tuerca, de la que no tiene un ápice de certeza. “Sólo el agua que corre está viva”, medita, sin embargo, no es capaz de moverse, prefiere una vida donde la prisa tiene nombre propio, y usted lo descubrirá y buscará rostros en sus recuerdos cuyos nombres habrá olvidado. Porque Joaquín podría terminar en eso, en Los olvidados de Buñuel, o en los que tienen “afición por la inercia” y temen dejar las cuatro paredes que al final prohiban actitudes de larga espera como la de Penélope. El símbolo que hace pensar en las tumbas de agua les dejará agitado el pensamiento, pero estarán bien. Se trata de una buena novela. Ya me contarán.