Hombre duro y tierno. Generador de grandes emociones. De momentos únicos. Momentos de papel que ni los más malintencionados dragones consiguieron quemar. Muchas veces vi cómo su fuego se volvía una chispa inofensiva. No importa si estabas de escritor, de público, de editor, de agente o de fantasma al lado de tus maestros queridos. Raúl Padilla entraba, salía, se quedaba. Un gran hombre es así. Raúl Padilla creó una cara de México grandiosa, la cara de los sueños, de los deseos, de las creencias, de los que hasta lo imposible es posible. La cara de la innovación en un país donde dicen que no hay lectores. Un país donde los políticos se empeñan en ensuciar lo bueno que tenemos. ¡Viva la FIL y Raúl, culebras!

Impulsar una feria del libro como la FIL de Guadalajara no fue fácil. Fue como controlar el clima en una nave espacial en un viaje a la luna de ida y vuelta, en que Ida Vitale intentó decir Hola pero Arreola no la dejó hablar. Mi maestro Fernando del Paso observaba y sonreía leve. Rubem Fonseca le pidió a Margo Glantz que le explicara qué era la literatura de la onda. Ella aceptó con mucho gusto y tanto David Huerta como Emmanuel Carrere se acomodaron para escuchar a nuestra querida académica de la lengua. Nélida Piñón llegó acompañada de Tomás Segovia y se instalaron entre Olga Orozco y Julio Ramón Ribeyro. A punto de iniciar la cátedra apareció Raúl Padilla, acompañado por Marisol Schulz y Laura Niembro. Decía que impulsar una feria es un placer profundo y desde luego, crear un premio para reconocer a los grandes talentos que nos dieron la patria emocional donde los gritos más fuertes son silenciosos. El caso es que cuando Augusto Monterroso, Carlos Monsiváis y Sergio Pitol llegaron, todos estaban allí, y Nicanor Parra acariciaba el dinosaurio.

Gracias Raúl por construir las plataformas para que mis amigos y yo, año con año, presentáramos nuestro trabajo y ascendiéramos por esa escalera inmensa que significa tener lectores. Hiciste tangible un espacio donde podíamos saludar a nuestros maestros, reencontrarnos con amigas y amigos y ver a Alberto Ruy Sánchez bailar en el Veracruz como si tuviera 18. Es sensacional recorrer los pasillos mágicos de la FIL saludando amistades, firmando libros, recibiendo invitaciones y aprovechando las ofertas. Nunca olvidaré las filas inmensas que esperaban una firma de Quino, de Arturo Pérez-Reverte y de Francisco Hinojosa. Tampoco cuando escuchamos a Plácido Domingo cantar y un año después dirigir la orquesta. ¿Qué tal cuando estuvimos Arturo y yo con Los Tigres del Norte? De ensueño cuando nos invitaste a una cena y con Leonor pudimos conocer la increíble historia del bailarín en que se basa la película Billy Elliot. Nunca olvidaré su gesto al contar que supo que habían hecho el film al verlo anunciado en los camiones rojos que recorren Londres. Llamé al director, expresó. No le había dicho nada cuando escuché. Hazle como quieras, igual no tendrás un penique de lo que recaude. Oh, solo quería dos entradas para la premiere. Gulp. Nos dejó fríos. La verdad es que estoy muy agradecido con Raúl Padilla, con Marisol y con Laura, por facilitar que tanto mis amigas y amigos como yo encontráramos nuestro lugar en la literatura del mundo. Definitivamente, sin la FIL no fuera lo mismo. Sentimos mucho su partida; sin embargo, esperamos no sentir su ausencia porque de verdad, en cuanto a Raúl, no le daremos vuelta a la página. Me cae que no.

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