Hubo una época en que la verdad en el mundo era única y nadie tenía dudas. Los años y una caterva de indecentes han intentado cubrirla con un grueso manto de palabrería y datos que se sacan de donde pueden. Afortunadamente, otro grupo ha luchado hasta con su vida por conseguir que la verdad se conozca, que esté a la vista, que sirva para todos. Justamente es la línea que sigue Carlos René Padilla en su libro de crónicas periodísticas, Hércules en el desierto, publicado por Nitro/Press, en su colección Nitro noir, y el Instituto Sonorense de Cultura en noviembre de 2020, en la Ciudad de México. Escribe el autor: “No hay protocolo de seguridad que cuide las publicaciones que pueden llegar a incomodar a un político corrupto, un empresario poderoso o un narcotraficante señalado.” Verdad que no se puede ignorar.

El libro consta de 12 crónicas, mismo número que los trabajos que Hércules, el héroe ejemplar de la mitología griega, tuvo que realizar para ser divinizado. Los temas elegidos nos han tocado en algún momento de nuestra vida. Trata la famosa mordida en las calles y descubre que no siempre son los agentes de tránsito los que la propician, sino los ciudadanos, que lo prefieren a hacer largas filas y contemplar al personal comiendo tortas cuando se hace el pago. La que sí es una industria sin chimeneas es el alcoholímetro, porque todos, después de alegar que sólo han bebido una o dos cervezas, cooperan con lo que les pidan para no pagar la multa y dormir fuera de su casa. El texto sobre las mujeres que mendigan en las esquinas con un niño en la espalda es muy interesante. Padilla descubrió, que mientras ellas recogen monedas todo el día, sus hombres beben cerveza y juegan cartas tranquilamente en una casa habitada por varias mujeres pedigüeñas. La crónica que más nos recuerda lo crédulos que somos los mexicanos es la de los hermanos que curan y tienen programas nocturnos de tele donde arreglan problemas, desde amorosos a económicos. Son unos farsantes y lo peor es que nadie los mete en cintura.

Carlos René Padilla, que nació en Agua Prieta, Sonora, en 1977, practica lo que se define como periodismo Gonzo, aquel en que el reportero se integra a la comunidad que está investigando. Algo importante es que escribe muy bien, de tal suerte que no sólo encontramos información valiosa sobre la vida cotidiana, sino una descripción humorística de la vida en la Redacción del periódico en que trabaja. El reportero tiene dos ayudantes que son una maravilla, El Negro y Escáner Sánchez, un “detective harto de la inseguridad”, que le dan un interesante toque literario a las crónicas. También lo acompaña con regularidad, El Choing, el fotógrafo del periódico, que consigue fotos memorables cuando el reportero se disfraza de prostituto, o en el reportaje sobre las calles donde no existen rampas para minusválidos y lo vemos en una silla de ruedas esquivando carros que les importa más bien poco las dificultades de esos seres humanos que deciden salir de casa para realizar algún trámite. Una crónica muy fuerte es en la que aparece como recogedor de basura y reza para no recoger cadáveres de bebés que maldita la culpa que tenían de venir al mundo. Está claro que “el manual de periodismo se escribe todos los días”, y a veces, esos días son completamente borrascosos. La crónica donde el reportero busca ayuda en un centro “religioso” de rehabilitación para drogadictos no le dejará dudas y quizá no vuelva a cooperar.