Élmer Mendoza

Nosotras, de Suzette Celaya Aguilar

Es inevitable. Sentirán cada atmósfera narrada como un desprendimiento absurdo de lo que llaman normalidad. Recordarán a dos grandes maestros de la literatura latinoamericana y eso está bien

Élmer Mendoza
12/09/2024 |03:53
Élmer Mendoza
autor de OpiniónVer perfil

Cada pueblo tiene su historia. Terrible o venturosa, alguien la cuenta para que no sea un episodio más, ajeno a la comunidad que somos el mundo. Pudiera ser “la cruel verdad de la vida”, o un sueño de una noche de verano. Tal es el caso de Nosotras, novela de Suzette Celaya Aguilar, publicada por Hachette, México, en febrero de 2024, donde un pueblo debe ser desalojado porque será inundado y se convertirá en una presa. Quizás a usted no le interese este pueblo; uno más que será borrado por una decisión gubernamental. Un pueblo antiguo, con iglesia, plaza, ganaderos, agricultores, cantina, infantes y tradiciones, que desaparecerá como tantos otros arrasados por el progreso. Quizás, le digo, pero seguro le interesa la buena literatura mexicana. Entonces, esta novela no le quedará a deber.

Nosotras es una novela que crepita. Suzette Celaya Aguilar, que nació en Hermosillo, Sonora, en 1982, con un estilo directo, crea la historia de una comunidad a partir de los movimientos de Violeta, una mujer joven, que vive con su abuela Violeta, la prestamista, que es dura y no perdona a ningún deudor. A la joven no le gusta su nombre, piensa que, “nadie es inmune a su nombre… siempre somos otros, alguien que ya se llamó así, que ya existió”. Después sabrá que pudo llamarse de otra manera. Ella tiene un espejo que le ofrece reflejos diferentes a lo que miran sus ojos. Recorre el pueblo de noche, identifica las casas abandonadas por los que ya se fueron como cadáveres. Su abuela muere. La narradora, Violeta joven, nos cuenta que su madre se ahorcó en un mezquite que se encuentra en el patio de su casa. ¿Por qué? En un momento clave sabrá el motivo. Ella tuvo una hija que nació muerta. La enterró al lado de su madre en el cementerio que está en una loma. Con frecuencia piensa en los restos de esas dos cuando le hablan de dejar el pueblo, de que desaparecerá. Hay un hombre, con el que tuvo amoríos de joven, Fermín, que se hace presente. Su esposa Cora es celosa. El tipo la asesina. Un grupo de mujeres que tejen sombreros de palma le dan sepultura. Este feminicidio no quedará impune, ya verán.

Llega Lina que quiere ser modista pero necesita dinero para vivir en la ciudad. Hace todo lo posible para lograrlo y no imagina quién le dará los medios para avanzar en su proyecto. Mientras los del gobierno trafican con el miedo de la gente, Violeta desliza momentos de su vida. Tiene el espejo mágico y también un machete. Después de su delito, Fermín se queda en su casa, trata de dormir con ella. No se lo permite. Aparece un joven reportero interesado en escribir sobre un cadáver que lleva meses entre el fuego y no se quema. Hace fotos de lo que puede.

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Es inevitable. Sentirán cada atmósfera narrada como un desprendimiento absurdo de lo que llaman normalidad. Recordarán a dos grandes maestros de la literatura latinoamericana y eso está bien. Los vasos comunicantes con nuestros maestros son infinitos. “Haz café. Revuélvelo como se mueven las manecillas del reloj”, ordena la abuela. Recuerdo a un amigo colombiano y las palabras de su abuela, “solo la gente que es gente toma café sin azúcar”. Saben ustedes “¿cuándo el calor hace llorar la piel?”. Una novela que crepita tiene como contrapunto las sombras. La autora las deja crecer, no revela sus nombres, segura de que cada lectora o lector transitarán motivados de un asombro a otro. Como lo mencioné antes, Nosotras no le quedará a deber. Saludos.

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