Antes de echar un vistazo al Decamerón que Giovanni Boccaccio escribió entre 1351 y 1353 partiendo de una aislamiento por pandemia, los invito a leer El murmullo de un río, la antología personal del poeta José Javier Villarreal, que publicaron Ediciones Monte Carmelo y la Universidad Autónoma de Querétaro, en Comalcalco Tabasco en 2018. El volumen contiene poemas de siete libros que corresponden a siete momentos en la vida del poeta, un hombre educado en el calor del frío, en el sabor de los viñedos y en el viaje por el mundo que es el padre de su memoria y de sus mejores sonrisas.
José Javier Villarreal nació en Tijuana en 1959 y conoce Tecate y la Rumorosa en sus rincones, aromas, hondonadas y espejismos que lo mismo dictan la vida que la muerte. Quizá por eso su poesía es una constelación de sí mismo, una superficie de palabras que el poeta sostiene con su aliento y un movimiento en zigzag que bien puede ser un caballo recorriendo la frontera sin pasaporte. “Sé que me está viendo desde el infierno de sus ojos”, reporta una voz que es el aire que viene de las uvas que aún no se definen, mismas que lo inducen a decir: “Contemplo el cadáver de mis días”, porque no pocas veces el sol no llega a tiempo y cuando llega es una sombra larga y un homenaje a José Asunción Silva. Un poeta que confía en el destino y confía en que “izará las banderas de tus ojos”, en un imagen tan bella que nadie puede pensar que algunas veces las banderas se levantan para iniciar una guerra y sus absurdas prohibiciones. Como habrán advertido, leo como duende; como un ser que no escucha los disparos en la madrugada y los pretendidos mensajes lácteos de los que nada dicen a pesar de las filosas amenazas que se sostienen en el aire. Al acecho.
“Habitar el paraíso encierra largas y melancólicas consecuencias”, escribe el poeta como si me escuchara. ¿Lo creen? Desde hace varios días José Javier, que además es traductor, ensayista y degustador de buen vino, conversa con mis sueños. Cada que leo un poema de El murmullo de un río, título que además es un verso que tiene un lugar privilegiado en el libro, recuerdo al poeta, la reciente conversación en Ciudad Juárez y el baile en que Alfonso Reyes se lució tomando del talle a Nelly Campobello, y giraron elegantemente por esa pista creada por Enrique Cortázar. Ah nuestros poderosos precursores, cuántos momentos únicos nos han brindado. Tienes razón cuando compartes que “la tierra y el fin de semana son exigentes”; al menos para mí que olvidé el nombre de los días, es sumamente útil saber que aún existen los fines de semana, y desde luego que intento lo que propones en otro sitio cuando dices: “quisiera en esta página poder darle la vuelta al fin de semana”, quizá una vuelta de tuerca como proponía James.
Villarreal juega. No sé si apueste, pero juega, como señalo arriba, en zigzag, que es un manera de ver el mundo que tiene todos los nombres que el poeta imagina. Tal vez por eso escribe: “Me quedé mudo de los pies”, una experiencia que comparto y que experimenté el día que intenté ser cantante de ópera. No sabes la incertidumbre que me asaltó cuando advertí que “El espejo también desnuda cuerpos”, verso que aparece en el poema “Donde la nieve habría de caer”, y me doy cuenta que no encuentro mis botas y estoy en la línea y me quedo sin ojos y reconozco que “la historia siempre es otra, porque nosotros siempre somos otros”, y declaro mi sueño en tu nombre, José Javier, y no temo navegar en balsas imposibles y consolidar esos lazos tremendos que fortalecen la amistad y los años y no temo confesar los impulsos que surgen cuando leo tu antología personal, esta que va de 1980 a 2017, año en que te saludé y vestías una corbata nueva, con un saco de pana, de esos que te convierten en un joven eterno, como el talud de la Rumorosa, donde uno puede conversar con Dios a las cuatro de la mañana, y contarle que ahí cerca, un bato sueña versos con los que nombra cuerpos y distancias que no brotan de un solo pensamiento. Querida comunidad lectora, ante los días extraños que nos esperan, nada mejor que un libro de poemas donde los horizontes son múltiples, puntos luminosos que es posible equipar con las mejores señales de vida; ya me contarán cuando salgamos de este virus que nos mantiene en casa; y si su “tristeza es tímida y no se va con cualquiera”, déjenla tranquila, ella siempre sabrá por qué.