Aunque algunos novelistas quisieran dejar de contar la indefensión que la violencia ha generado en nuestro país: es imposible. Tal es el caso de Eduardo Antonio Parra, que en su novela Laberinto narra cómo El Edén, un pequeño pueblo norteño, es elegido por dos bandas rivales para destruirse, y de paso despedazar a una comunidad próspera, donde los chicos jugaban futbol, peleaban a puñetazos por una chica y soñaban con un futuro mejor; los adultos tenían pequeños negocios legales como farmacias y ferreterías, había escuelas públicas y una privada, una iglesia, una plaza y convivencia pacífica. Un atardecer, los habitantes reciben la advertencia en sus celulares y a través de un carro de sonido, de que se resguarden en sus casas porque el enfrentamiento tendrá lugar en la primera oscuridad, y así ocurrió; antes de que algunos consiguieran llegar a sus domicilios, empezó la cruenta batalla; “eran muchas armas arrojando muerte al mismo tiempo”, escribe el autor, y el terror se instaló en todos los corazones; como expresa Christopher Domínguez Michael: “Los infiernos mexicanos son muchos y se encuentran simultáneamente en varios tiempos y diversos espacios”.
En Monterrey, en una cantina de barrio atendida por Renata, se encuentran el Profe y Darío y poco a poco se acercan para confiarse lo que pasó en el pueblo. Ambos son de allí, ambos fueron testigos de la masacre. El narrador es el Profe, que nos pone al tanto de lo que tuvo que vivir mientras intentaba llegar a su casa, y de lo que su alumno le cuenta de aquel día infausto en que además del pueblo, tuvo pérdidas que es mejor que usted conozca por sí mismo. Poco a poco, mientras uno bebe cerveza fría y el otro ron con hielo, Laberinto se va desgranando en angustia, desesperación, sentimientos amorosos, muestras de amistad, momentos épicos y una profunda desazón de cómo en un país donde no hay respeto por las leyes, se puede perder la tierra en unas cuantas horas. El Profe recuerda a ese chico voluntarioso, inteligente, participativo, centro delantero del equipo de la escuela, frente a un hombre de 25 años avejentado, sin amor a la vida, bebedor aplicado. Él mismo se ve hecho un guiñapo. Parra consigue momentos intensos en que estos personajes intercambian su derrota y muchas de las señales que los condujeron a ser lo que jamás imaginaron: un pobre par de infelices que deja la vida en una barra sucia, entre bebedores desconocidos que se hallan en la misma situación.
“En Parra todo obedece a una suerte de reacomodo pormenorizado”, opina Daniel Sada, el gran maestro de la narrativa mexicana, y tiene razón. La novela está construida a partir de momentos clave que el autor desarrolla en una especie de entramado perfecto. Cada recuerdo del Profe encuentra su legar exacto y nos prepara para conocer los de Darío que, de vez en cuando, otea la calle por la ventana de la cantina, donde Renata les sigue el ritmo lo mismo que a los otros parroquianos. Como quizá ya advirtieron, se trata de una cantina perfecta, esas donde se puede amanecer, siempre hay un trago o una cerveza a la mano y las mejores conversaciones pueden ocurrir. Y también pasa que los saltos de las calles de El Edén, invadidas por camionetas negras, con hombres vestidos de negro y armas de alto poder, matándose con pistoleros con botas norteñas y sombreros, que se mueven en trocas de cualquier tipo, ambos generadores de terror, al espacio semioscuro de la cantina, son perfectos. Uno vive una emoción tras otra, inmerso en cómo Parra “mira con hondura y belleza nuestros terrenos extremos”, de acuerdo con Mónica Lavín, en que los seres humanos pierden todo valor para convertirse en simple carne cañón, cuyo destino ha dejado de depender de ellos.
La novela es una joya. Una pieza perfecta en cuanto a los procesos de escritura zigzagueante en que el autor es un maestro. Pero es imposible no pensar, no indignarse, al percibir cotidianamente que vivimos en un país que sufre, un país que ya no sabe contar sus penas, un país en donde las autoridades andan horriblemente perdidas; ¿saben en qué momento aparece el Ejército y qué hace en esta obra? Será mejor que la vean ustedes mismos, y no teman establecer un pacto de lectura con el autor, sobre todo, porque en esta magnífica novela hay muchos señalamientos que nos conciernen a todos, incluyendo la parte erótica que es sensacional. Ya me contarán.