Si usted se la ha jugado en carreras urbanas, le gusta el olor de la gasolina, del aceite quemado, de las llantas después de una frenada y disfruta el estruendo de los motores arreglados, le va a encantar esta novela de Alejandro Vázquez Ortiz, El corredor o las almas que lleva el diablo, publicada por el grupo Penguin Random House, en febrero de 2022, en la Ciudad de México, un día en que, me contaron, varios cientos de pasajeros imaginados abandonaron el Metro al escuchar horrorosos rechinidos que los obligaron y a mirarse entre sí, y ver “reflejado el sol en el espejo de la muerte.”

“Conducir es olvidar”, dice Alejandro Vázquez Ortiz, que nació en Monterrey, Nuevo León, en 1984, una Ciudad, expresa, “donde todos moriremos de cáncer”. Ha escrito una intensa novela apocalíptica. Propone diversas visiones en su historia en las que es posible seguir a los personajes de perfiles definidos, personalidades poderosas que dejan ver “esa tranquilidad que abrazan los que saben que van a morir”. Todos los personajes confluyen en una carrera de un punto de Monterrey a otro en Ramos Arizpe. La ruta es la autopista que une ambas urbes a una hora en que el tráfico de automóviles y tráilers es nutrido. Ricardo Prieto, que desde finales de los 50 del siglo pasado, está obsesionado con la carrera de Le Mans, “sumergido en una especie de trance automotor”, ofrece un premio millonario al ganador. Billetes de mil pesos en una maleta que siempre traerá consigo. Los corredores que se jugarán el pellejo son La Muerta, una gringa avezada, novia de Tortuga, que les dará pequeñas sorpresas en ciertas partes de la novela; Lobo, adicto a la cannabis, fumando siempre y el más atrevido de todos; la Borrega, que pocas veces tiene suerte; Kanjo, un coreano cuyos motivos para ser corredor están más allá del premio; Amarillo, clavado en sus sueños; y el Acerero, un hombre lleno de problemas increíbles a quien su mujer está a punto de abandonar.

Los vehículos son camionetas preparadas que alcanzan velocidades de 250 kilómetros por hora. Y desde luego, se convierten en personajes, lo mismo que la neblina, que en algunos tramos será tan espesa que impedirá la más mínima visión. A lo largo de la novela nos enteramos qué hace cada uno de los protagonistas en los días y horas previas a la carrera. Imaginen. Una competencia donde “por cada corredor muerto, el premio se multiplica”. Poco a poco, el novelista destapa las motivaciones de cada competidor y todos son una revelación de fuerza y arrojo, cuando “el bramido del hidrocarburo suena a timbales de una guerra que viene.” No tendrán que imaginar mucho tiempo estas seis personalidades metidas en el ruido de sus motores y la niebla que vuelve la autopista imaginaria. ¿Estarían en una carrera como esta? Piénsenlo. Lo que es un hecho es que pueden estar en esta novela de Alejandro Vázquez Ortiz, un autor que trabaja meticulosamente el tejido de su discurso literario, donde consigue que cada pliegue de la historia nos mantenga con los sentimientos en vilo por enterarnos que pasará en los momentos siguientes con cualquiera de estos personajes, auténticos duelistas nocturnos que lo que menos temen es exponer el cutis.

Ni quién lo dude, usted y yo nacimos para leer, para experimentar el infinito placer de sentir el vértigo de una historia bien escrita como la presente. Estoy seguro que la pasarán con madre y hasta escucharán la rolita de Matt Monro, “On days like these”.

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