Inishmaan es un isla irlandesa que habita la mirada de todos los que hemos visto la puesta en escena El Cojo de Inishmaan, de Martin McDonagh. El mar humedece nuestros rostros y nos suspende en una tragedia desarrollada con suavidad entre la risa, lenguaje callejero y la pasividad de una isla en que las ilusiones tienen el mismo nombre. Con el apoyo de Efiartes, la Sociedad Artística Sinaloense, de Culiacán, Sinaloa, dirigida por Leonor Quijada Franco, consiguió poner en la CDMX esta obra insólita traducida por Lorena Maza y dirigida por Fernando Bonilla, un director perspicaz al que fascina el riesgo, que es fiel a sus ideas y a sus pesadillas, sobre todo cuando se trata de llevar a escena a un autor como McDonagh, un maestro cazador de cabezas de la escena contemporánea, que comparte el agrio espíritu de las pequeñas comunidades. Larga vida a la noche del estreno.
La vida en la isla es rutinaria, hasta que llegan unos gringos a filmar una película e invitan a participar a los que lo deseen. Como la mayoría lo pretende, la isla entra en una leve ebullición que ya verá usted en lo que termina. Aparte de esto podrá percibir la intensidad con que actrices y actores se apoderan de un escenario creado por Sergio Villegas a base de señales en que el mar, la sal, las piedras y el espíritu minimalista nos ubican en todos los lugares apartados del mundo. Les cuento el cuento contando cuentos. El vestuario es el vehículo que nos pone en 1934, en esa isla cuyas fauces consumen lo que pueden. Abracen a Jerildy Bosch. Lo merece, además usa lindas sandalias. Es mágica la manera en que el teatro Rafael Solana de Coyoacán se convierte en una olla de presión que ni la música de Jordi Bachbush consigue apaciguar. Busqué a Maricela Estrada para que maquillara la nueva novela del Zurdo Mendieta, pero no tenía tiempo, debía lograr una obra maestra maquillando a los actores de El Cojo de Inishmaan, y lo logró. Lo puede constatar desde la primera escena.
Y las actrices, ¡ah, las actrices! Tina French, que es voz y arrebato; Gabriela Murray, amiga querida, ¡qué manera de iluminar el escenario! Sofía Álvarez, siempre admirable, de intemporal presencia; Meraqui Pradis y sus cinco puntas. Los actores llegaron ya. Juan Carlos Beyer es un médico que hizo su tesis; Aldo Escalante es más que el pescador rompehuesos; Demetrio Bonilla, genial, joven actor apto para el largo camino; David Juan Olguín Almela, con sangre de poeta, los llevará hasta el paroxismo; Sergio Zurita, aporta, reporta, soporta vibraciones que oscilan en butacas, pasillos y puertas de emergencia. Esa noche usted podrá notar que McDonagh toma cerveza irlandesa, que le gustan los pueblos donde la vida transcurre y no importa la esperanza, que la ilusión hollywoodense no tiene fronteras, que un minusválido está dotado para lograr su deseo más grande, que le gustan los dulces, que ha gastado sus horas esperando a Beckett. El Cojo de Inishmaan corre entre el amor y la felonía. Hay una biblia a la que le cortaron El Cantar de los cantares. Encontrará usted escenas geniales y por lo mismo irrepetibles. Cada noche aparece un búho distinto y no hay bicicletas. En esta isla una chica vende huevos, una señora dulces y un noticierista, ilusiones. ¿Quiere saludar a mi amigo Mario Rodríguez, el production manager? Allí lo puede hacer porque está en todo. Si usted practica el derecho a pasarla bien, vea El Cojo de Inishmaan, aquí en EL UNIVERSAL se la recomendamos.