Mi mamá entró al hospital Civil de Culiacán, ubicado en la colonia Tierra Blanca, a principios de octubre de 1949. Era un embarazo doloroso porque estaba de pies frente al ducto de nacimiento. El doctor García intentó colocarme de cabeza pero no lo consiguió, de manera que nací con los pies por delante el 6 de diciembre. Seis días después, en una fría mañana, Librada caminaba por la avenida Obregón, rumbo al mercadito Izábal para tomar la tranvía a El Continente, el ejido donde vivían mis abuelos. Justo en el puente del río Tamazula encontró a uno de sus hermanos. ¿Qué traes allí? Salomé después sería mi padrino de bautizo. Un niño. ¡Qué prieto está! Cómo pueden notar, la crítica siempre ha sido sincera conmigo. ¿Traes dinero? Sí. Igual le dio 6 pesos.

La tranvía se llamaba la Golondrina. José Niebla también había llevado a mi mamá hasta el hospital en octubre. La gente de El Vergel, La Biznaga, La Colonia Hidalgo y las Aguamitas, eran muy alegres. Hasta compusieron una canción: “Llegamos a Culiacán, a punto de mediodía…” Recuerdo que la cantaban a todo pulmón. “Gritándole a los culichis, que traimos buena tranvía…” Algunos me decían que yo era culichi. Pues claro, aunque esa zona está en lo más profundo de mi corazón. Quizá porque allí me enseñaron el valor de las personas.

A respetar a todos, a los mayores y a las mujeres. A no robar, a cumplir la palabra empeñada, a no desearle a otros lo que no quieres para ti. A andar con la frente en alto. A practicar los valores de la amistad, a elegir tus lealtades, la importancia de la honradez y a confiar en mí. La importancia de la familia. También aprendí a rezar, a no pensar en fantasmas, a sobrevivir los ciclones, a andar en bici, a matar gallinas, a sembrar,a cuidar sembrados, a cosechar, a ordeñar, a cuidarse de los caimanes, a amar la música de banda y la de acordeón, a Pedro Infante, Lola Beltrán, Luis Pérez Meza, Cruz Lizárraga y Ferrusquilla.

Luego llevé a Los Beatles y a mis abuelos no les disgustó. También muy pronto me desvelaba con los juegos de Los Tomateros de Culiacán, que siempre eran tema en la Col Pop. Aprendí a leer a los nueve y viví un encuentro desaforado con toda clase de comics hasta que descubrí Veinte mil leguas de viaje submarino, que me dio tal sacudida de la que jamás saldré. Amo la ficción. Pienso que una de las claves de la vida de los jóvenes son los sueños. Tener sueños. Muchos sueños. Sueños verdes, negros, rosas, amarillos. Sueños imposibles. Y cultivar esa fuerza que es la voluntad, que es la fuerza motriz que te impulsa a avanzar. La Selección de futbol no supo ganar en Qatar. ¿Qué vi? Un grupo de jóvenes que tuvieron pocos sueños, jóvenes que olvidaron cómo se enfrentan los sueños imposibles, los que ofrecen otros caminos que se deben recorrer con valor y astucia. Nada es fácil, y 90 minutos dura un sepelio. Pero están vivos. Recuperen su prestancia, vuelvan a la ruta de los sueños. Además no valía la pena avanzar en un país donde metieran presa a una mexicana porque la violaron y ella resultó culpable. Para mí, no vale la pena ganar partidos en un país que permite esa clase de atropellos. Quiero decir que tengo una hija, Lya, dos hijos, Veckío e Ian, una nieta, Adriana, dos nietos, Dante y Lluc. Tengo a Leonor, quien regula amorosamente la parte de mi vida que no tiene que ver con la escritura. Agradezco las felictaciones de amistades llegadas de tres continentes y de mi querida familia propia y ampliada. ¡Gracias!

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