En la eventualidad de tres funciones, los amantes de la música, la ópera, la ciudad, sumaron sus corazones embelesados y elevaron la parte más grande y glamorosa de lo que somos, una ciudad que durante años ha construido espíritus de piedra para demostrar que somos más grandes que nuestros problemas y la violencia extrema que maquilla nuestra fama. Abrazo a los pocos que se interesan por lo que hacemos para estar en el mundo con nuestros verdaderos valores, los que hicieron esta tierra grande, innovadora y sorprendente. ¿Acaso no se dieron cuenta los que dedicaron horas a los dos culiacanazos anteriores que tuvimos un tercero en el teatro Pablo de Villavicencio, dirigido por Enrique Patrón de Rueda? Gracias a EL UNIVERSAL y al gran Lázaro Azar por destacar este momento de nuestra historia tangible.
Con la realización de hechos culturales, los nombres también crecen. Verdi, Culiacán, Sinaloa. La Sociedad Artística Sinaloense que dirige Leonor Quijada, productora de Aida, aliada con el teatro Bicentenario de León Guanajuato, bajo la responsabilidad de Jaime Ruiz y el rostro de la Ópera de San Diego, Andrea Puente. Crece el ISIC y Juan Avilés, su director. No quiero dejar de mencionar la pareja fascinada que llamará Aida a la nena que esperan. Como siempre, Enrique Patrón de Rueda sabe obtener lo mejor de la Orquesta Sinaloa de las Artes, Luis Miguel Lombana es capaz de crear mundos oscilantes y Miguel Alonso Gutiérrez atmósferas cromatosas. Sin duda, el ingenio crea naciones, épocas, perfiles. Y estuvimos en Menfis, fundada 3200 años antes de Cristo, primera capital de Egipto, siendo testigos de cómo Radamés le tira los perros a Aida, a pesar de que Amneris derrapa por él. Entonces ocurrió que el río Tamazula se convirtió en el Nilo y pudimos escuchar el arte vocal de Yunuet Laguna, realmente extraordinaria; a Oralia Castro, de fascinante calidad vocal y sentido escénico; la joven culichi Laura Leyva cantó la Suma Sacerdotisa y nos atrapó. El tenor Octavio Rivas sacó lo mejor de sí mismo para ser Radamés, dividido entre el amor y el patriotismo.
Lo más fantástico fue percibir cómo los ojos de la ciudad fueron al teatro atraídos por las voces de las mencionadas y de los coros. Por la danza de Delfos. El momento maravilloso en que el mal reconoce que el bien es poderoso y no podrá impedir que siga entre nosotros. Los punteros estacionaron sus motos, los soldados apagaron sus motores para escuchar, los cocodrilos del Nilo aceptaron su destino y arrastraron bloques de piedra para construir la primera pirámide, Lázaro invitó a Verdi a cenar codornices para practicar su italiano, el gobernador Rubén Rocha Moya escuchó la marcha de Aida y flotó en sus recuerdos. El público, en el que no faltaron los niños y los jóvenes, fue testigo de una puesta absolutamente cuidada. Le gustó la coreografía de Víctor Ruiz, la iluminación de Rafael Mendoza, la escenografía supervi-sada por Emilio Martínez Zurita, el maquillaje de Carla Tinoco, el trabajo de Andrés Sarré, ver al constructor de la pirámide. No faltaron Tutankamón, Cleopatra, Mika Waltari, Ángela Peralta y Naguib Mahfuz, que quisieron conocer El Guayabo. Fueron noches memorables. Horas en que los culichis nos encontramos de nuevo, minutos en que decidimos volver a creer en nosotros, segundos en que reconocimos que nuestra ciudad tiene un corazón que vibra con Verdi y con nosotros. Julio, digamos salud pronto, amigo, Culiacán lo merece y nosotros también.