La designación de 21 nuevos cardenales implica que, ahora sí, los electores del nuevo Papa serán en su mayoría designado por Francisco. Revisando las estrategias elegidas por Francisco para renovar el Colegio Cardenalicio, muestra claramente que está preparando su sucesión, tratando de evitar que la designación de su sucesor implique una regresión a los tiempos de Juan Pablo II y Benedicto XVI. En conversaciones con sectores conservadores católicos, hay expectativas que fantasean con una regresión a los tiempos anteriores al Concilio Vaticano II, como fue el caso después de la muerte de Paulo VI, y el nunca aclarado fallecimiento de Juan Pablo I.
La estrategia de Francisco tuvo varias facetas. Lo más notable fue la eliminación de las llamadas “sedes cardenalicias”, que consistían en que ciertos arzobispados o patriarcados serían desempeñados por cardenales, lo cual incrementaba el poder de estos jerarcas, a la vez que desataba el “carrerismo”, un conjunto de estrategias, muchas veces despiadadas para instalarse en esas posiciones preferenciales.
Quienes llegaban a las sedes cardenalicias eran, en muchos casos, hábiles operadores institucionales, muy preocupados por su ascenso, pero poco dispuestos a innovar en la gestión institucional, caracterizándose por impulsar sistemáticamente opciones conservadoras. La designación de estos arzobispos incluidos en las famosas “ternas” daban lugar a una serie de arreglos y componendas poco transparentes, por decir lo menos, aunque empoderaban a gestores (ahora impresentables) “con fuertes contactos en Roma”, como fueron los casos de Marcial Maciel o Fernando Karadima, a quienes muchos obispos mexicanos y chilenos les deben su designación y ascenso.
Francisco desempoderó a los “gestores” al transformar el Dicasterio de los Obispos, donde ahora son religiosas mujeres, quienes elaboran los dictámenes que le llegan al Papa. Recordemos que curiosamente las mujeres están excluidas del episcopado, un espacio masculino por definición, pero son ellas quienes revisan los candidatos. Un juego de contradicciones estratégicas desarrolladas por Francisco para desmantelar la burocracia vaticana eurocéntrica y conservadora.
Otro asunto es el origen de los cardenales, en su mayoría vienen de países tercermundistas, con lo cual se les quita a los europeos la capacidad de decidir sobre el nuevo pontífice. Los europeos designados tienen en su mayoría experiencia fuera del Primer Mundo o son integrantes de órdenes y congregaciones religiosas. Jesuitas, franciscanos, agustinos y salesianos tienen una presencia significativa. El cuerpo diplomático de la Santa Sede tiene cada vez más cardenales y por su experiencia internacional no podemos soslayarlos en la definición del nuevo papa.
Otro factor estratégico es la lealtad y el compromiso con la búsqueda de la renovación de la Iglesia católica planteado por el Concilio Vaticano II, aplicado por Paulo VI y retomado por Francisco, ese asunto ha sido un requisito insoslayable para la designación de obispos y cardenales. Con escasas excepciones, las nuevas designaciones son para quienes coinciden con el proyecto de Jorge Mario Bergoglio. El ejercicio del poder papal es con firmeza y sin titubeos. Francisco ha reformulado estilos y reglas de etiqueta construyendo la noción de lealtad al proyecto renovador como un requisito indispensable para las nuevas designaciones.
Esto no es novedad en el Vaticano, ya los papas anteriores habían puesto como requisito la adhesión y aplicación de sus proyectos pastorales para los futuros funcionarios. La habilidad y picardía jesuítica de Francisco fue moverse siempre como conservador y tradicionalista, manteniendo a rajatabla los dictados conservadores de los papas anteriores, hasta que pudo llegar a la posición que le permitiría transformar a la Iglesia católica. Elevarse a Sumo Pontífice en una estructura jurídica, política y religiosa, donde el papa es un monarca absoluto, designado por “inspiración del Espíritu santo”. Esta jugada a largo plazo, nunca fue entendida por los expertos locales, quienes no quieren reconocer que no advirtieron “las grandes maniobras del Bergoglio porteño.
La pregunta que sigue en el aire es si de la misma manera que Francisco nunca explicó su plan renovador, aunque ya en las conferencias previas a su designación hizo énfasis en abandonar la “autorreferencialidad de la Iglesia”, con lo que pueda entenderse en estos lenguajes crípticos de los jerarcas religiosos. Quién lo suceda, profundizará su estrategia renovadora? o el nuevo papa se disfrazará de progresista para luego imponer una gestión conservadora.
Dicen que “Dios escribe derecho en renglones torcidos”
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.