El 18 de marzo el Papa Francisco habló sobre la guerra en Ucrania, comenzó mencionando que durante muchos años las guerras estuvieron lejos (Siria, Yemen), pero ahora está “prácticamente en casa” y definió su posición:
“Una guerra siempre, ¡siempre!, es la derrota de la humanidad, siempre. Nosotros, los educados, los que trabajamos en la educación, estamos vencidos por esta guerra, porque en otra parte somos responsables. No hay guerras justas: ¡no existen! lentamente se convierte en un pagano disfrazado de cristiano. Por eso quise comenzar con esto, con esta reflexión. La guerra no está lejos: está a las puertas”. (https://bit.ly/3JAkFVP)
¿Existen guerras justas?
El cristianismo durante la Edad Media formuló la teoría de la “ guerra justa ”. San Agustín planteaba que “todas las guerras son malvadas”, pero que podía haber guerras justas para defender la paz o el interés de un Estado, citando la Biblia señalaba que “Dios ha dado la espada al gobierno por una buena razón” Romanos 13:4. En La Ciudad de Dios reclamaba que había quienes iban a la guerra para defender la justicia pública y no violaban el precepto de “no matarás”. Justificaba la lucha contra el tirano y legitimaba la confrontación contra un Estado completamente corrupto, esa resistencia garantizaba “un lugar de Gloria”, profetizaba.
Santo Tomás de Aquino fijaba los requisitos para una guerra justa: la autoridad del príncipe, si el pueblo ha sido injuriado por otro y la “recta intención” “para frenar a los malos y favorecer a los buenos”. Ya en la Edad Moderna, varios de los teóricos del derecho trataban de justificar la presencia de los europeos en el continente americano.
Francisco de Vitoria le agregaba que era lícito recobrar las cosas perdidas y sus intereses, resarcirse con los bienes del enemigo por los daños sufridos, hacer lo necesario para mantener la paz y la seguridad y finalmente “se puede vengar la injuria recibida y castigarlos por ellas”.
Diego de Covarrubias acepta las formulaciones anteriores y agrega otro asunto, la legalidad del botín de guerra, apropiarse de los bienes del derrotado pues “aun cuando falte esa recta intención, estando presentes la autoridad y la causa justa, no se estará en la obligación de restituir lo apresado en la guerra”. Considera lícita la apropiación de los bienes del enemigo
En el siglo XX, y ante la posibilidad de destrucción total de la vida humana como consecuencia de la destrucción atómica, el Papa Juan XXIII proclamó su famosa Encíclica Paz en la Tierra (1963) en plena Guerra Fría, después de la crisis de los misiles en Cuba (octubre de 1962). La Encíclica rechazó a la carrera armamentista, “transformemos las armas en arados para trabajar la tierra”, eliminando el hambre y a la misma guerra, rechazando el concepto de “guerra justa”.
John Rawis planteó que la guerra podría declararse por “la autodefensa ante una agresión “que pone en riesgo los intereses fundamentales de una sociedad” y si el agresor “viola de un modo flagrante los derechos humanos de sus ciudadanos”.
También formuló que no se puede castigar al “pueblo agresor”, que no sería responsable de la guerra desencadenada y que la única responsabilidad penal y moral recae sobre su clase dirigente”. Estos serían los únicos responsables del mal de la guerra.
Ante estos elementos conceptuales debemos entender que el planteo en general de la inexistencia de la guerra justa del Papa Francisco necesita algunas precisiones, se refiere a Siria y Yemen, que “estaban lejos”… ¿de quién?
Ahora está en las puertas de Europa y ¿eso lo conmueve? El patriarca Kiril de la Iglesia Ortodoxa Rusa planteó que la guerra emprendida es una guerra justa y explica sus razones. Evidentemente es una respuesta de Francisco, y a la vez no condena la invasión a Ucrania, condena “todas las guerras” y menciona que en los hospitales de El Vaticano se están atendiendo a niños ucranianos heridos en esa guerra, recurre al concepto de caridad cristiana.
La prudencia de Francisco podemos entenderla como “que mira hacia cuando termine la guerra”. No quiere perder el diálogo con los ortodoxos, trata de preservar puentes con los musulmanes y con el gobierno chino, tiene la mitad de sus feligreses en América Latina, donde “hay otras prioridades”. Trata de ser neutral en un mundo cada vez más polarizado, a la vez que no puede dejar de criticar a quienes provocan el sufrimiento humano. Un equilibrio cada vez más difícil.