En 1971 fui contratado por la Liga de Madres de Familia de Rosario (Argentina) para procesar una encuesta que habían aplicado a 882 socias; la experiencia fue muy interesante y sólo comentaré un hecho significativo: todas las mamás, católicas; cuatro respuestas que estaban cerradas en si o no. Sobre el aborto, anticonceptivos, relaciones prematrimoniales y divorcio. El 56% de las encuestadas decían en uno o más preguntas, lo siguiente: “si lo autoriza el confesor”.

Más adelante pude entrevistar a sacerdotes muy experimentados en materia de confesión, varios de ellos profesores de seminarios o vicarios de pastoral, quienes me explicaron que la respuesta era consistente. Según la teología católica, en el momento de la confesión, el sacerdote tiene una inspiración divina que podría relativizar el Magisterio de la Iglesia católica y sugerir lo que estimaban como el “mal menor”. Ya mejor formulada la pregunta pudimos encontrar a mujeres que “habían sido autorizadas por el confesor” y a confesores que habían autorizado este tipo de comportamientos.

Nuestro equipo de investigación de la Escuela Nacional de Antropología e Historia hizo una investigación sobre patrones culturales de concepción y contraconcepción en la sociedad mexicana, en distintos contextos culturales. Nuestras investigaciones sobre totonacas y nahuas de la Sierra Norte de Puebla encontró que las mujeres tenían un conjunto de estrategias para evitar el embarazo o para interrumpirlo aplicando recursos derivados de la herbolaria tradicional. La “píldora del día después”, óvulos espermaticidas y otros productos similares eran ampliamente conocidas por estas mujeres indígenas antes que la industria farmacéutica hiciera de estos conocimientos ancestrales, un negocio.

En colonias de la ciudad de México el asunto era muy diferente pues los productos expendidos en las farmacias eran el recurso habitual y ante un embarazo no deseado tenía distintas respuestas que variaban según el status social y un conjunto de situaciones donde las creencias religiosas tenían poca incidencia. Muchas mujeres entrevistadas nos dijeron expresamente que la Iglesia era la menos indicada para opinar sobre el asunto.

En las clases medias, las consideraciones sobre un embarazo estaban habitualmente relacionadas con las posibilidades de darle a quien naciera ciertas oportunidades y calidad de vida. Los sectores populares se dividían en dos grandes segmentos: las optimistas planteaban que cada quien venía “con el pan bajo el brazo” y las pesimistas que no estaban en condiciones de tener un niño o una niña. Según situaciones y coyunturas se definían las opciones, y la interrupción del embarazo era una decisión a tomar según las circunstancias.

Una encuesta muy interesante solicitada por la Arquidiócesis de Guadalajara a inicios de 2018 mostraba que la población estaba dividida en torno a la interrupción del embarazo por edad y sexo. Los hombres adultos tenían menos aceptación al aborto, mientras que las mujeres y los jóvenes aceptaban esta posibilidad. Es muy interesante mencionar que tanto la aceptación como el rechazo al aborto estaba prácticamente empatada entre las mujeres, tanto católicas como evangélicas.

En septiembre de este año la Corte Suprema de Justicia mexicana tomó dos decisiones que sientan jurisprudencia según la cual ningún juez o fiscal puede iniciar acciones penales contra las mujeres que aborten y además la objeción de conciencia del personal sanitario no puede ser un obstáculo para que las mujeres, que así lo deseen, interrumpan su embarazo.

Las iglesias convocaron el 3 de octubre a marchas de rechazo a las decisiones de la Corte que se caracterizaron por la escasa asistencia de las mismas. La convocatoria parecía más un requisito institucional que una movilización que se adoptara con seriedad. Las iglesias evangélicas, salvo algunas excepciones no se movilizaron y las diócesis católicas no pudieron imitar las movilizaciones que se hicieron en 2016 contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Algunos lo atribuyeron al alejamiento de los feligreses con motivo de la pandemia, que es una hipótesis razonable, aunque los lugares públicos, parques y zonas peatonales de las grandes ciudades lucen atiborradas de personas que en muchos casos “no guardan la sana distancia”.

En varias oportunidades comenté con comunicadores que los confesores podían autorizar el uso de anticonceptivos o incluso un aborto a sus feligresas, si estos evaluaban esta medida radical como el mal menor. Uno de ellos muy pragmático sintetizó: “entonces si son muy católicas, van a misa y se confiesan podrían abortar”. En ese contexto las más creyentes no fueron a la marcha. Tendríamos que averiguar “si las autorizó el confesor”.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

Google News

TEMAS RELACIONADOS