El papa Francisco regresó de su largo viaje de Asia y Oceanía, donde consolidó una vez más su estrategia eclesiástica. Una Iglesia que trata de abrirse paso entre la gente, a pesar de su historia. No olvidemos que el cristianismo se expandió en el planeta acompañando las aventuras coloniales de los europeos. Los pueblos originarios de América fueron obligados a convertirse al catolicismo, mientras que en el mundo anglo la expansión fue sobre la base del exterminio de los native american, como les llamaban. En Oceanía la estrategia de los ingleses no fue diferente y la población maorí fue cruelmente exterminada en Nueva Zelandia y Australia. En los países africanos y asiáticos los europeos impulsaron la conversión de las poblaciones, estrategia que sería replicada en la expansión de los países musulmanes por el Imperio Otomano, parte de la actual Turquía.

Los socialismos asiáticos (China, Corea y Vietnam) expulsaron a los misioneros extranjeros de sus territorios considerándolos parte de las estrategias de dominio colonial. Recordemos que precisamente el Concilio Vaticano II (1963-65) se hizo para asumir la nueva realidad, que implicaba que el catolicismo no podía ser visto como parte de los proyectos coloniales, sino que debían transformarse para “ganar” nuevos católicos en un mundo donde cada vez más imperaba la competencia en los mundos de las ideologías, las filosofías y las religiones.

El Concilio veía con preocupación el destino de los estados donde el catolicismo era religión de estado. Las recomposiciones de los mapas mundiales después de las Grandes Guerras, más los procesos de descolonización e independencias nacionales de las antiguas colonias planteaban nuevos desafíos para las iglesias “misioneras” que estuvieron involucradas en las aventuras coloniales.

También había nuevos desafíos, como la construcción de cleros locales en los países donde el catolicismo había logrado configurarse como parte de la estructura de nuevos sistemas culturales, en todo el país o en una parte significativa de estos, cómo resultado de la aculturación o deculturación de las poblaciones nativas quienes asumían el cristianismo como propio.

Las innovaciones del Concilio se estrellaron con las rutinas burocráticas del clero y de las jerarquías institucionales que habían construido un modus vivendi y no estaban interesadas en perder privilegios y debían “ponerse a trabajar” e involucrarse en problemáticas diferentes a sus rutinas.

Complicó el panorama la Guerra Fría entre el Occidente capitalista y el Oriente soviético. En América Latina donde vive (o vivía) la mitad de los católicos del mundo y la Iglesia Católica era parte del Bloque de Poder. En la Cuba revolucionaria la mayoría del clero había nacido en España y se alineaba con el nacional catolicismo franquista, en otros países la Teología de la Liberación Latinoamericana sería un elemento estructural de los movimientos sociales que cuestionaban el Viejo Régimen.

La designación de Juan Pablo II, el antiguo obispo de Cracovia que se proponía el derrumbe del socialismo polaco y la destrucción de la Unión Soviética era “oro molido” para las potencias occidentales. Terminaba así el respaldo que Paulo VI diera a los movimientos progresistas latinoamericanos y comenzaba un nuevo alineamiento de la Iglesia, cómo en los “viejos tiempos”. Pero como siempre hay “detalles” y dicen que “lo peor está en los detalles”.

Una Iglesia católica anquilosada perdió adeptos rápidamente en sus antiguos territorios, en Europa los templos y conventos se cierran porque no tienen feligreses. La carencia de vocaciones sacerdotales obligó a que trajeran sacerdotes africanos y asiáticos, católicos “demasiado nuevos” para los tradicionalistas y ancianos asistentes a templos semivacíos.

En América Latina los pentecostales les ganan diariamente miles de feligreses que desencantados con el catolicismo prefieren convertirse a propuestas más rigurosas en materia de prácticas religiosas y más serias en los mecanismos de control internos de su personal. Las clases altas se reformulan en las “espiritualidades”, orientalismos y de la Nueva Era y los sectores populares se van con las nuevas iglesias.

Francisco se ha quedado sólo, pues los obispos y muchos sacerdotes no “aman a la Iglesia”, sino que prefieren la comodidad de las posiciones y privilegios de antaño. El Papa recurre a los jóvenes que todavía creen en el catolicismo para sacar adelante a su Iglesia: “Hagan Lío”, confronten a los obispos que no hacen su trabajo, que no se asumen como misioneros en los nuevos mundos y los nuevos tiempos. En el Proyecto de Francisco serán las “periferias” quienes salvarán a la Iglesia.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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