La pandemia ha trastocado todos los planes, programas y tendencias que se habían consolidado durante años. Estamos frente a una coyuntura de la cual todavía no hemos salido. ¿En qué medida la pandemia incidió e incidirá en los temas de investigación?.
En el 2019 estábamos orientados al estudio de la conversión a otras propuestas religiosas, a la aplicación de carismas religiosos a proyectos políticos y a ponderar la crisis del catolicismo. Una situación notable era la crisis de los sistemas y proyectos políticos, ante los cuáles se consolidaba la aplicación de ciertas interpretaciones de los textos sagrados a la definición de políticas públicas. Las tendencias dominionistas se instalaban en la arena pública como una opción atractiva para los conservadores y los sectores progresistas y de izquierda estaban a la defensiva. Al inicio de la pandemia fueron continuadas por las “teorías de la conspiración”.
La democracia cristiana alemana impulsó a través de la Fundación Konrad Adenauer estudios sobre los sectores conservadores evangélicos, en la expectativa de revivir un proyecto demócrata cristiano en América Latina que genere una “tercera posición”, entre la izquierda personificada por Cuba, Venezuela y Bolivia y los sectores ultraconservadores evangélicos que dieron su nota en Brasil y Costa Rica, a lo cual debo agregar el posicionamiento de una extrema derecha católica personificada en el Opus Dei, siendo el triunfo del supernumerario Guillermo Lasso en Ecuador su triunfo más reciente. Todo en el contexto de la (frustrada) reelección de Donald Trump.
Esto no descartaba investigaciones sobre cuestiones tradicionales en la cuestión étnico-religiosa como los sistemas de fiestas, estudios sobre sistemas de visión del mundo o las organizaciones religiosas en tanto tal, como la dinámica de denominaciones evangélicos y las órdenes y congregaciones religiosas católicas. Vinculados a estas cuestiones había un conjunto de investigaciones sustantivas sobre la derecha católica y grupos políticos derivados de estas tendencias.
La pandemia incidió notablemente sobre las realidades de todos los campos, entre ellos los religiosos, una de las primeras restricciones fue hacia las reuniones de culto religioso, por el perfil de riesgo de las celebraciones. También hace un siglo, en la pandemia de gripe española, se habían cerrado los templos, pero en esa época no existía el internet.
La suspensión del culto público se transformó en la “prueba de fuego” de las iglesias. Muchas se habían orientado hacia perspectivas sacramentalistas, ritualistas o haciendo énfasis en cuestiones emocionales. Los transpentecostales como Pare de Sufrir en la venta de “milagros express”. El empleo de medios virtuales generó una gran “circulación” de los creyentes, apoyando la construcción de “feligresías virtuales”, que en muchos casos no aportaban diezmos o estos iban, en el mejor de los casos, a nuevos líderes religiosos.
Muchos sacerdotes o pastores acostumbrados a la rutina de recolección de fondos sufrieron la “sequía” de recursos, qué afectó a las iglesias pues fueron “abandonadas” por los feligreses, quienes activamente “salieron” en la búsqueda de nuevos “pastos espirituales”. Generándose así cambios o “conversiones virtuales” incluso dentro del mismo mundo religioso. Por ejemplo, católicos tradicionales que se sintieron más representados en el movimiento carismático católico. También el mundo evangélico y pentecostal se escindió y puso a prueba a los pastores, quienes en muchos casos no supieron transferir los carismas “presenciales” a un lenguaje audiovisual. La cuestión religiosa en definitiva está definida por la conciencia humana, por las experiencias de cada creyente y no necesariamente por tradición familiar. No puedo dejar de mencionar cómo en muchos casos, la pandemia implicó el contagio y las lamentables defunciones de grupos familiares (o segmentos generacionales) completos. La Tradición religiosa fue víctima de un desafío radical.
En lo político religioso es notable la pérdida de influencia de las iglesias sobre la población creyente, se expandieron los no creyentes y los creyentes “a su manera”, fuera y al margen de los contextos institucionales. ¿En qué creen los que no creen o los que creen en Dios, pero no en los curas?
¡¿Qué pasará cuando termine la pandemia?! No lo sabemos, los antropólogos no predecimos el futuro, pero a la luz de las experiencias anteriores, es muy probable que cambien muchas cosas y otras se mantendrán, pero no serán lo mismo, transformadas por esta experiencia traumática.