El concepto arquitectura se emplea en sistemas informáticos para “el diseño, a nivel conceptual, y la estructura en que se basa la operación de un sistema”. Eso es lo que representa Francisco en la Iglesia Católica y preocupa a los tradicionalistas. Durante siglos la institución fue construyendo una tradición, basada en las enseñanzas de los papas. Estos desarrollos teológicos y operativos configuraron la Tradición, que administraba la “piedad popular”: un conjunto de creencias localizadas en distintas tradiciones culturales que se alejaban de La Biblia.
El Concilio Vaticano II intentó llevar la Iglesia a los “nuevos tiempos”. Esta convocatoria coincidió con nuevos contextos, el abandono masivo de la participación de los feligreses en los cultos dominicales y otras actividades, la defección de sacerdotes y religiosas y el surgimiento de nuevas propuestas en América Latina y Estados Unidos. El contexto internacional era muy complejo, la descolonización de Asia y África implicaba el surgimiento de nuevos países y la exigencia de diseñar nuevas políticas misioneras y pastorales, acordes con las nuevas realidades. También dentro del Bloque soviético había importantes poblaciones católicas romanas, lo que implicaba una estrategia diplomática con la Unión Soviética que se erigía como una potencia atea y que en América Latina tenía un exponente: Cuba.
A nivel teológico y pastoral el desafío era el avance en América Latina de protestantes históricos y pentecostales, cuya estrategia de conversión era impecable: la descalificación de los católicos como “mágico-religiosos” y politeístas, por creer en la eficacia simbólica de representaciones de santos y vírgenes, mas un sistema de fiestas con elementos de religiones prehispánicas (no cristianas) con creencias del catolicismo medieval europeo. En muchas actividades de los católicos nunca se habían aplicado las reformas del Concilio de Trento (1545-1563), que la Iglesia había convocado para enfrentar a la Reforma Protestante (1519). La no aplicación del Concilio de Trento había pasado “desapercibida” `por las iglesias locales, pues no tenían que enfrentarse con los protestantes, y si los hubiera, la Santa Inquisición se ocuparía de los mismos.
Las reformas de los liberales del siglo XIX que consagraron la libertad de cultos fue desatendida por las iglesias locales que ahora tenía que confrontarse con nuevas realidades en el campo político religioso. En Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia, la disminución de los católicos y el abandono de lo religioso representaba un fracaso para los europeos que durante siglos habían manejado la milenaria institución. El catolicismo crecía en países asiáticos como Corea del Sur, la India, Timor, Japón y Filipinas. Mas una multitud de pequeños países de la Polinesia. En África se consolidaba un catolicismo africano en las antiguas colonias europeas, que ahora países independientes construían vigorosas iglesias locales.
La Iglesia está dividida en clero diocesano propio de cada obispado, y clero religioso, con estructuras organizativas más flexibles que les permite realizar un trabajo misionero, abriendo nuevas fronteras del catolicismo. Los religiosos tenían resultados, en la India crecieron exponencialmente pues se vincularon las castas menos favorecidas a las que les dieron proyectos de vida y dignidad frente a la discriminación de las castas dominantes. En Corea del Sur el capitalismo desintegró la organización social y la conversión al cristianismo proponía formas viables para nuevos desafíos vitales. Lo mismo sucedía en África, donde la desestructuración de los sistemas tribales encontraba en el cristianismo creencias adecuadas para nuevas formas de existencia.
En este contexto el “catolicismo a la europea” había perdido la batalla pues no supo responder a la búsqueda de nuevas espiritualidades. En esta crisis arrastró a las burocracias clericales latinoamericanas, que le habían apostado a la “obediencia a Roma” y no habían podido, ni buscado, la construcción de lecturas del catolicismo adecuadas y pertinentes para las nuevas realidades. La muerte de Benedicto representa el fin de un ciclo institucional, y la designación de Francisco, un religioso y jesuita, la búsqueda de un “traductor”, para que la Iglesia se adapte a las realidades del Siglo XXI. El desafío es “escrutar los Signos de los tiempos”.