Durante la segunda década del nuevo milenio un grupo de analistas latinoamericanos hicieron énfasis en el avance de las derechas y particularmente la derecha evangélica en nuestra Región. Los triunfos de Macri en Argentina, de Piñeira en Chile y de Duque en Colombia parecían darle la razón. La ultraderecha española lanzó la “Carta de Madrid” fundando la Iberosfera política que rebasaría desde el fascismo español a las derechas tradicionales. Los últimos meses del 2019 mostraron las dificultades de los proyectos conservadores, el desarrollo de fuertes movilizaciones populares en Chile, Ecuador, Colombia y Perú, entre otros, dieron los límites de estas formulaciones. Los triunfos electorales habían estado acompañados de intensas campañas propagandísticas que hicieron creer al electorado que un conjunto de promesas era consistentes, pronto mostraron que eran falacias propagandísticas.
Las iglesias conservadoras evangélicas movilizaron sus feligresías en torno a una agenda moral, siguiendo el modelo de los cristianos evangelicals norteamericanos, acompañados por las derechas y ultraderechas católicas. Pronto, el “gozo se fue al pozo”. La profunda incapacidad política de los “elegidos de Dios” puso de manifiesto que no bastaba con oponerse al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo y cuestiones similares, para implementar un plan de gobierno que resolviera los grandes problemas nacionales. La crisis se agravó con la pandemia de Covid19 mostrando y agudizando aún más la vulnerabilidad de millones de latinoamericanos, esta situación redobló las exigencias y desafíos políticos que pusieron en tela de juicio a los políticos tradicionales.
Cuando a los políticos les muestran encuestas adversas responden que la mejor encuesta es el día de las elecciones. En esta perspectiva, los contundentes resultados electorales de Bolivia y Argentina, más el plebiscito y las elecciones de constituyentes en Chile, pusieron en evidencia el fracaso de los conservadores y sus opciones políticas de la derecha católica latinoamericano, en su mayoría expresada en políticos surgidos del Opus Dei. El triunfo de un supernumerario del Opus Dei en Ecuador, el único de todas las elecciones, se explica por la oposición al correísmo, más que por el triunfo de un proyecto político. En Chile y Perú los prospectos del Opus fueron estrepitosamente derrotados.
Los innumerables reportajes, e incluso libros de investigación, que pronosticaran un avance inexorable de la “derecha evangélica” terminaron dramáticamente desmentidos por la realidad de los comicios. Los candidatos de la derecha evangélica en Latinoamérica, en las últimas elecciones, no rebasaron el dos por ciento de los votos en Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina; en Chile simplemente no postularon candidatos. El Brasil fue presentado como el bastión neoconservador, aunque las recientes elecciones intermedias en diversos estados mostraron fuertes avances del Partido de los Trabajadores, de Lula de Silva, un político de origen obrero respaldado por la izquierda católica y evangélica. Las encuestas pronostican su triunfo en las próximas elecciones.
Las elecciones centroamericanas evidenciaron tendencias similares: en Honduras el partido en el gobierno, una alianza de la derecha católica y la ultraderecha evangélica fue ampliamente derrotada por Xiomara Castro, la esposa del derrocado Manuel Zelaya, quien propuso un programa democrático y socialista, respaldado por las izquierdas católicas y evangélicas. En Costa Rica, un país de amplia tradición liberal, con religión de estado. El neopentecostal Fabrizio Alvarado quedó en tercer lugar y no podrá competir en la segunda vuelta; en la anterior elección había quedado primero y tenía la bancada más numerosa en el Congreso, desperdició la oportunidad, evidenció incapacidad política y fue descartado por los electores.
El triunfo del chileno Gabriel Boric, un candidato de izquierda, mostró la radicalización de la derecha que postuló para la segunda vuelta a un admirador del dictador Pinochet, siendo derrotado.
Se consolidan así propuestas socialdemócratas moderadas con respaldo de sectores religiosos progresistas, mientras que los sectores ultraconservadores inspirados en fundamentalismos religiosos están siendo descartados por su radicalización.
Como siempre, el desafío para los que triunfan es como transforman sus promesas en realidades.