La llegada de Francisco al pontificado marcó el inicio de una limpieza a los manejos turbios de las finanzas del Vaticano. La Santa Sede había negado la aplicación de los reglamentos contra el lavado de dinero que definiera la Unión Europea. El Instituto para las Obras de Religión (IOR). popularmente conocido como el Banco Vaticano tenía alrededor de 10,000 cuentas numeradas, una forma de garantizar el anonimato de sus titulares. Durante el pontificado de Ratzinger habían sido bloqueadas sus cuentas y los turistas durante varios días no pudieron realizar pagos con tarjetas de crédito.

La llegada de Jorge Mario Bergoglio al pontificado definió un largo camino, lleno de obstáculos de la Curia vaticana, nombre elegante para designar los aparatos burocráticos que implican un poder paralelo a los papas, quienes llegan “con buenas ideas” que serán filtradas sistemáticamente por quienes tienen poder burocrático y logran mantener oscuros privilegios.

Una de las primeras medidas de Francisco fue destituir y designar a un nuevo director del banco, los burócratas filtraron los escándalos del designado, quien estuvo asignado a la Nunciatura apostólica en Uruguay y protagonizara varios escándalos por su orientación sexual. Acorralado por la prensa en el vuelo de regreso de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, el nuevo papa lanzo su histórica frase: “Quien soy yo para juzgar a los gays”. También aprovechó para comentar el ridículo de un alto cargo pontificio detenido por ingresar de contrabando millones de euros en un avión particular a su regreso de Suiza: “No se parece a la beata Imelda”. dijo con sorna.

Ordenó cerrar las cuentas numeradas, que fueron congeladas y se quedó con gran parte del dinero pues ordenó, que debían ser transferidos los recursos a cuentas nominadas en bancos europeos. La mitad de los interesados prefirió perder los recursos a “dar la cara” e identificarse adecuadamente. Ese fue el tamaño del lavado de dinero sucio. Los escándalos financieros del Vaticano no comenzaron ayer, ya en la década de los 60 del siglo pasado Michele Sindona había sido arrestado por manejar dinero de la mafia, quien triangulaba recursos entre el IOR, paraísos fiscales y su propio banco, la Banca Privata Finanziaria. Sindona murió envenenado en la cárcel.

En 1972 el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, designado director del IOR, se vio envuelto en otro escándalo financiero. Marcinkus fue requerido por la justicia italiana para que declarara y no podía salir del territorio vaticano para evitar ser arrestado por la policía italiana. Marcinkus inspiró la figura del arzobispo Gilday en El padrino III de Francis Ford Coppola, aunque el arzobispo siempre reivindicó su inocencia.

Diez años después, ya con Juan Pablo II el colapso del Banco Ambrosiano marcó otro escándalo financiero. El presidente del banco fue hallado colgado en Londres (un suicidio “necesario”), bajo un puente con nombre muy peculiar: Blackfriars (Frailes negros o frailes dominicos) y el Vaticano tuvo que pagar cuantiosas indemnizaciones por la quiebra fraudulenta. La Santa Sede sólo reconoció una “responsabilidad moral en la quiebra” y “generosamente” pagó 406 millones de dólares de indemnizaciones. Por esta quiebra muchas congregaciones religiosas prefirieron depositar sus recursos en los circuitos financieros norteamericanos, me confió el responsable financiero de una orden religiosa: “son más serios”, me explicó.

En 1993 Tangentopolis, otro escándalo de corrupción política en Italia involucró al IOR y el “oportuno” suicidio de dos implicados: Gabriel Cagliari y Raúl Gardini disipó las responsabilidades y el IOR respondió que “desconocía el origen del dinero”. En 2009 la justicia italiana abrió una nueva investigación e incautó 39 millones de dólares del Vaticano en 2010. El Vaticano alegó siempre que desconocía el origen de estos recursos y la publicación de los Vatileaks puso de relieve un esquema de complicidades. En 2012 la Banca JP Morgan informó al Vaticano la clausura de las cuentas de su filial de Milán, pues el IOR no aplicaba las normas antilavado de dinero y varios de sus clientes tenían problemas en la materia.

La última que conocemos es la reciente condena a prisión del cardenal Ángelo Becciu y ocho cómplices por dilapidar en operaciones fraudulentas 400 millones de libras esterlinas en la compra de un edificio en Londres. En este caso es importante que sea el propio Vaticano quien procedió contra los delincuentes y es la primera vez que un cardenal es condenado por la Iglesia. Cómo decía mi suegra, una mujer muy sabia: “Ante el arca abierta, hasta el justo peca”.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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