Estos días son muy abundantes, donde nos asumimos como optimistas, saludamos a todos, tratamos de reconciliarnos con quienes tuvimos diferencias y hacemos planes para el 2023, probablemente tratemos de memorizar (y afinar) la lista de los doce deseos o propósitos para el nuevo año. Francisco tiene otro diagnóstico de la realidad que nos problematizan la llegada del nuevo año. A fines del 2021, todos teníamos un discreto optimismo, las vacunas contra el COVID nos permitían vislumbrar la “boca del túnel” de la pandemia, el desafío era construir un mundo después de la crisis sanitaria.
Lo que está claro es que los seres humanos tenemos una particular predilección por complicarnos la vida, y lo más complejo consiste en que poseemos la dudosa virtud de atribuirle a los otros los problemas sin asumir nuestra cuota de responsabilidad en la tragedia que nos toca vivir. “Hay quienes señalan la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio”. Cuando parecía que las cuestiones se iban acomodando y los problemas disminuían, empezó la guerra en Ucrania, se iniciaron las sanciones económicas y una brutal disputa por los mercados, el incremento del precio de los energéticos y un proceso inflacionario que se presenta como imparable. Con ello aumentó el hambre en los países pobres y los movimientos sociales y huelgas en los países ricos. En América Latina se incrementaron los problemas y también existen los aportes locales al caos generalizado. Lo más complejo de nuestra región es la crisis de los sistemas políticos definidos en la segunda mitad del siglo XX y la búsqueda e imposición de nuevas formas de resolver los procesos políticos, ante el evidente agotamiento de los anteriores. Todos los actores hacen gala de sus buenas intenciones, pero no están interesados en asumir su propio aporte o desprendimiento para contribuir a la solución de los mismos: como dice el dicho popular; “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.
En esta perspectiva, el mensaje del papa Francisco en la noche de Navidad no deja de ser un aporte importante que debe movernos a la reflexión, al margen de nuestras creencias religiosas o que no las tengamos: Ese niño que nace en un lugar inhóspito como es un pesebre nos colocan frente a tres cosas: “la cercanía, la pobreza y lo concreto”.
La cercanía, según Francisco nos diferencia de los animales que comen lo necesario, pero los humanos “hambrientos de poder y de dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos. ¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean. Y las principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los débiles”.
El pesebre nos remite a la pobreza, ese espacio humilde nos remite a “las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas.” Cita al mártir Óscar Arnulfo Romero: “Apoya y bendice los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y sólo pone una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres”.
Finaliza su documento Francisco hablando de lo concreto: “Él, que se pone al desnudo en el pesebre y se pondrá al desnudo en la cruz, nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías.”
En definitiva, estamos en una situación muy delicada donde los políticos tocan cada vez con más fuerza los tambores de la guerra, donde se gastan miles de millones en armas e instrumentos de destrucción masiva y donde, cada vez con más intensidad, los políticos a escala mundial se muestran los dientes atómicos y dicen con toda crudeza que están dispuestos a iniciar una guerra con armas de destrucción masiva, en una escalada verbal, que cada vez más nos hacen temer las peores consecuencias.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos del mundo? ¿Cómo hacer que los todopoderosos nos escuchen y asuman los límites de sus acciones? ¿Quiénes son los responsables de estas tragedias? Todos los conocemos, aunque lo delicado de la situación puede que nos lleve simplemente a que consigamos que se restablezcan las formas de convivencia civilizada, sin que ninguno de los actores, piensen en su soberbia, que fueron los derrotados. Los humanos debemos establecer formas de convivencia que reconozcan y asuman las diversidades, diferencias e incongruencias de los sistemas políticos y las humanidades y mundos diferentes que compartimos.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH