Un antiguo refrán afirmaba que “el Papa moriría sin saber que piensa un jesuita, cuántas órdenes femeninas hay en la Iglesia y las finanzas del Vaticano”. Un experto me explicó que hay más órdenes femeninas que masculinas, las religiosas son alrededor de 600 mil y los sacerdotes llegan a 400 mil de los cuales 130 mil son religiosos. Cuando se construyó el refrán había congregaciones femeninas aprobadas por los obispos, ahora tienen que tramitarse ante la Santa Sede para autorizarse. Las finanzas de la Iglesia son un misterio que tiene una lógica estructural, pero probablemente lo más complejo es cómo piensan los jesuitas, aunque el Papa sea de origen jesuita.

Cómo ya expliqué en otras colaboraciones, la Iglesia Católica tiene descentralizadas todas sus estructuras económicas y financieras lo que le garantiza la sobrevivencia económica de cada segmento de la estructura, que debe resolver como asegura su permanencia en este mundo. Cada obispado, orden y congregación religiosa tiene que buscar patrocinadores, donantes y diversas formas de financiamiento, desde vender dulces y pasteles, tener escuelas, universidades y hospitales que les permitan sostener cada segmento de la organización.

Este modelo “libre empresa”, tiene un punto que los unifica: el Óbolo de San Pedro, un porcentaje de los ingresos debe ser entregado a la Santa Sede para apoyarla en sus gastos, no olvidemos que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana (ICAR) es a su vez un estado, la Ciudad del Vaticano, que la hace sujeto de derecho internacional y tiene relaciones diplomáticas con 182 países, además de ser miembro permanente u observador de la mayoría de los organismos internacionales; las embajadas, llamadas nunciaturas o delegaciones apostólicas según el caso tienen una gran cantidad de funcionarios y representan un costo significativo.

La mayoría de los estados se mantienen con los impuestos que aplican a sus ciudadanos, pero los millones de creyentes católicos no se sienten obligados a pagar por ser miembros de la misma y en todo caso dan una “limosna” cuando asisten al culto. También ingresan recursos de misas y bodas, aunque no todo llega al obispo. Los sacerdotes y las órdenes religiosas cubren sus necesidades de estos ingresos y lo que “sobra” es enviado al obispo local, quien a su vez construye estrategias sólidas de financiamiento de su diócesis, pues sabe que nadie lo apoyará si tiene problemas económicos y lo que “sobra de lo que sobró” lo envía al Óbolo de San Pedro, que en teoría debería ser el 10% del total de los ingresos.

Estos criterios formales tienen también sus “detalles”, podríamos definirlos entre políticos, internos y coyunturales. Los políticos son más sencillos, las iglesias nacionales con mayor poder económico: Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia, Alemania y España, para citar algunas de las más fuertes no están de acuerdo con la orientación que le está imprimiendo Francisco a la Iglesia y le han reducido al mínimo posible los recursos, “no pago para que me peguen” dijo un político mexicano. Los “grandes donantes” en desacuerdo con Francisco cancelaron sus aportes.

Los factores internos son complicados, la burocracia vaticana está (o estaba) acostumbrada a “darse la gran vida”, clientes de los más sofisticados restaurantes romanos, vieron con alarma que Francisco les exigió austeridad y les redujo a la mitad los sueldos. El padre de Francisco era originario de una región de Italia famosa por la “cultura del ahorro”, no olvidemos que el papa, cuando era arzobispo de Buenos Aires no se fue a vivir en el Palacio Arzobispal, habitaba un pequeño cuarto en la Catedral y se desplazaba en transporte público. Él mismo se lustraba los zapatos y salía personalmente a comprarse los periódicos. En el Vaticano sigue viviendo en la Casa de Santa Martha, donde ocupa el mismo cuarto de cuando participó del Conclave y tampoco ocupó los Departamentos pontificios ni la Residencia de Verano de Castel Gandolfo, en 2016 lo abrió como museo.

Los factores estructurales son más complicados y están referidos al abandono de los templos por los feligreses, quienes en los países europeos dejaron de asistir a los servicios religiosos, la crisis de las vocaciones religiosas, las demandas por los abusos eclesiásticos y el abandono de la asistencia a los templos después de la pandemia, complican más la gestión institucional. Esta situación crítica agudiza la crisis interna de la institución eclesiástica y debilita el control interno, llevando a que funcionarios inescrupulosos se apoderen de los recursos de la Iglesia para negocios privados, convirtiéndose en vulgares defraudadores de la confianza recibida, amparándose en la “cultura del secreto”.

Francisco fue implacable, destituyó a un cardenal y otros altos funcionarios, que fueron sometidos a juicio y condenados a prisión, dio a conocer que la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) tenía 4051 propiedades en Italia, y 1120 entre el Reino Unido, Francia y Suiza. Un pequeño porcentaje se alquila y otros sirven de residencias y oficinas pontificias. También publicó el déficit operacional: de 11 millones de euros en 2019, para el 2020 hubo ingresos por 248 millones y gastos por 315 millones, un déficit de 67 millones de euros. El Vaticano tiene sus “guardaditos” pues el juicio por los negocios del “cardenal y sus amigos” fue por 400 millones de euros que fueron dilapidados (o robados) por oscuros negocios en Londres. El secretario de Economía del Vaticano Juan Antonio Guerrero planteó la importancia de los cambios “Venimos de una cultura del secreto, pero hemos aprendido que, en materia económica, la transparencia nos protege más que el secreto”.

Volviendo al refrán con que iniciamos este artículo, a Francisco sólo le falta conocer como piensan los otros jesuitas, no es tarea sencilla.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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