La convivencia de diferentes tradiciones culturales en un mismo territorio da lugar a la construcción de distintas identidades que coexisten, a la vez que entran en conflicto, buscando formas de convivencia, coexistencia y cooperación. Esta compleja realidad se presenta constantemente en nuestra vida cotidiana y habitualmente muchos la ignoran, y lo más dramático es que la niegan, pretendiendo imponer sus propias visiones del mundo a los otros.

Los conceptos de mestizaje y sincretismo representan categorías que pretenden borrar las diferencias en la perspectiva de una “fusión” de las tradiciones culturales, en un tipo de integración que borra las diferencias; en el terreno de lo religioso el concepto de sincretismo intenta soslayar un conjunto de tradiciones religiosas vigentes, remitiéndolas a una construcción hegemónica que pretende eliminar los diferentes aportes religiosos en una sociedad plural. Mas difícil aún es la posibilidad de percibir las diferencias cuando se trata de agruparlos bajo una misma denominación, por ejemplo, catolicismo ortodoxo confrontado con el catolicismo popular.

El concepto de sincretismo religioso supone que existe una religión, la auténtica, única y verdadera, pero los creyentes mantendrían supervivencias y supersticiones paganas, que se irían depurando en el tiempo, instalando así el imaginario de una religión de primera clase y religiosidades, formas contaminadas de creencias.

El concepto de mestizaje se transforma en una estrategia de “blanqueamiento” de la población, que iría abandonando sus culturas ancestrales y se acercaría a una cultura ideal, de carácter universal, que sometida a una lectura científica desde la antropología es, en realidad, la imposición de la cultura europea y norteamericana como propuestas que sintetizarían el mestizaje en una cultura superior, ambas categorías resultan racistas, discriminadoras e intentan instalar el imaginario evolutivo de que lo occidental es el punto de llegada de los demás sistemas culturales y religiosos.

Las perspectivas multiculturales están basadas en el respeto a los sistemas culturales distintos al propio. En muchas ocasiones se descalifican a los “otros” señalando, destacando y denunciando evidentes violaciones a los derechos humanos, sin asumir, que en la cultura del denunciante pueden estar sucediendo esos abusos que se trata de ver como una característica del otro, sin reflexionar que pueden estar sucediendo hechos peores, en su propia cultura que es idealizada por el denunciante.

El respeto a los sistemas culturales no implica la aceptación mecánica y acrítica de todo lo que puede tener vigencia en el otro, pero la discrepancia no puede emplearse para descalificar en bloque a los otros, sino que por el contrario debemos apreciar que podemos aprender de otras culturas, cómo han resulto problemas culturales que tenemos en nuestra propia cultura, como pueden ser el individualismo, el egoísmo y la perdida de actitudes elementales de solidaridad humana. Sin descartar el aporte que podamos hacer a las transformaciones culturales, en el marco del respeto a los otros. La clave para un diálogo constructivo intercultural e interreligioso es que el interlocutor se sienta respetado.

Lo más complejo es comprender que los sistemas culturales son, a su vez, dinámicos y cambiantes, susceptibles de transformarse por los propios procesos de cambios al interior de los mismos, resultado de su propia dinámica, sin descartar la percepción y la realidad de que ciertas instituciones culturales pueden resultar notablemente injustas con los propios miembros de su propia cultura. La construcción de nuevos puntos de equilibrio en los sistemas culturales son una parte primordial del cambio cultural desarrollado por las mismas culturas.

Algo similar sucede con las instituciones religiosas, que como cualquier institución cultural son parte de la memoria profunda de los pueblos, pero no podemos soslayar los cambios profundos que existen en las iglesias y que no eran imaginables en años anteriores. El dicho popular, que si algún papa del medioevo resucitara volvería asustado a su tumba, es vigente y resulta un testimonio de los cambios suscitados en instituciones que reclaman inmutabilidad y eternidad. Pero que tienen más cambios que los que están dispuestos a reconocer.

Para decirlo en pocas palabras, las claves para un diálogo fecundo entre distintas culturas y religiones esta “en evitar ver la paja en el ojo ajeno y estar dispuesto a ver la viga en el nuestro”. (Mt.7,3 Ls. 6-41)

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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