Las diferencias dentro de la Iglesia Católica tienen un conjunto de reglas no escritas que los actores siguen con mucho cuidado para evitar exponerse a la crítica externa, y abrir flancos innecesarios a la milenaria institución, el aparato burocrático más antiguo del mundo. Otra de las reglas internas es tomar las decisiones con discreción y “ganando tiempo”. “Hay más tiempo que vida” me respondió un cardenal cuando tuve la oportunidad de preguntarle algo que podía ser polémico.
No es ningún misterio, que entre las órdenes y congregaciones religiosas hay profundas diferencias, pero es muy difícil que se las expliciten, tanto a foráneos, como a creyentes “de a pie”. Cuando alguien tiene intereses vocacionales para ingresar a la vida religiosa se verá inmerso en los diferentes “relatos fundacionales” e irá tomando conciencia de las “diferencias”. En esta perspectiva, también son conocidas las discrepancias entre la vida religiosa y el clero diocesano, tienen incluso dos organizaciones distintas: la Conferencia Episcopal y la Conferencia de Superiores de Institutos Religiosos, con sus respectivas organizaciones a nivel latinoamericano e incluso en el Vaticano.
En estos contextos debemos entender las discrepancias entre Francisco y el Opus Dei (OD). Francisco inició su vida religiosa con los jesuitas y se considera aún jesuita, mientras que el OD surgió como una alternativa a la vida religiosa tradicional, sin tener estas dimensiones entre sus metas, a la vez que discrepaba con las estructuras diocesanas de obispos territoriales. Los religiosos tienen el carisma del fundador respectivo: San Ignacio de Loyola, Santo Domingo de Guzmán o San Francisco de Asís y su relación con el obispo local puede ser de cierta tensión, si el obispo no coincide con su carisma fundacional, las órdenes religiosas poseen dinámica y autonomía.
Los movimientos laicales y otras estructuras diocesanas deben subordinarse al obispo local, en tanto “sucesor de los apóstoles”. El Opus tenía la singularidad de actuar con un carisma de “consagración de la vida cotidiana y el trabajo”. Tiene personal consagrado en distintos niveles, célibe o casado, que viven en comunidad o fuera de ellas. A la vez que la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz agrupa a los sacerdotes del OD e integra también a sacerdotes que están interesados en este proyecto de vida sacerdotal. También tienen dos ramas, una masculina y otra femenina. Ambas con numerarios y agregados (célibes) y supernumerarios (casados), en América Latina le agregaron una cuarta categoría femenina: numerarias auxiliares, también célibes.
Las ramas célibes del OD se perciben como una familia religiosa, lo cual implica ciertas tensiones con la familia biológica o social del consagrado. Por lo contrario, los supernumerarios, que son casados o piensan hacerlo, tratarán de configurar estructuras familiares como modelos de vida y ejemplo entre los demás. Hay una cuarta categoría, la de cooperantes, quienes no están dispuestos al rigor institucional.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador, combinaba autoridad episcopal (de obispo) con la organización de la vida religiosa “posmoderna”, no estar encerrado en las paredes de los monasterios, que combinara trabajo y vida cotidiana con un modelo de santidad “en el mundo”. Juan Pablo II, un papa que viene del clero diocesano, al igual que Benedicto XVI, le crearon la Prelatura personal, la única, con un obispo al frente en Roma. Esto les daba una gran autonomía frente a los obispos locales, a su vez, designaba obispos y cardenales del clero de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, con lo cual el presbiterio “tomaba nota” de quienes eran los favoritos.
Diez años después de su designación, el papa cambió las reglas, la autoridad del Opus será un sacerdote sin la dignidad episcopal, al igual que todas las órdenes religiosas y deberán reportarse con el obispo local y en Roma con la Congregación para el Clero. Pero lo más importante del OD es la estructura de consagrados, tanto célibes como casados, quienes tienen inserción y poder en los mundos académicos, empresariales, políticos y sociales. Para aplicar los cambios realizaron un congreso en Roma, siguiendo las instrucciones papales para adaptar sus reglas, 128 mujeres y 148 hombres, de ellos 90 sacerdotes. La mitad de los representantes son europeos, un tercio de América y el resto de África (6.6%), Asia (6.2%) y Oceanía (1.1%).
Los cambios no serán conocidos hasta que Francisco los apruebe (o los cambie), nunca lo sabremos, al menos formalmente. El Opus Dei le pone al mal tiempo “buena cara”, porque sabe que “hay más tiempo que vida”.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH