Los evangélicos se han consolidado como una fuerza social potente en el contexto latinoamericano y han surgido numerosos intentos de explicación de estos procesos, esta situación ha generado una paradoja: la consolidación de un “relato” definido por ciertos especialistas que la prensa identificó como los más adecuados para “explicar” la situación. Dicha estrategia comunicativa ha priorizado la conceptualización construida por ciertos formadores de opinión interesados en fijar y construir una “realidad”, acorde con sus intereses políticos.
Complica la situación la desaparición de los partidos políticos con bases doctrinarias y la consolidación de proyectos políticos basados en grupos de intereses, dispuestos a impulsar campañas electorales sin mayores diferencias programáticas, basadas en candidatos con perfiles construidos por especialistas en mercadeo electoral, quienes una vez llegados al gobierno, aplican propuestas que nunca fueron consensadas en las campañas electorales. Complica más en panorama los sistemas de “segunda vuelta” electoral, donde los electores por quien fueron convencidos sobre quien era el menos peor de ambos finalistas, pero luego de observar el desempeño terminan convencidos que votaron por el “más peor”. Ante estas realidades los politólogos no logran explicarnos por qué la población desconfía de la “democracia”.
El voto de los evangélicos es la novedad y los operadores políticos tratan de identificar a su vez, quienes son los interlocutores evangélicos de puedan garantizarle este segmento, que involucra en muchos casos más de un tercio del electorado. El error estratégico consiste en la ilusión de que los evangélicos son un bloque homogéneo, conservador, integrado por pobres que desean ser ricos y están muy preocupados por cuestiones de moral sexual y familiar.
Esta percepción reduccionista de causa-efecto es una caricatura de la realidad socio religiosa de estos grupos emergentes. Los evangélicos tienen servicios religiosos semanales que duran varias horas, donde entre otras cuestiones dan testimonios personales de sus aciertos y errores ante la comunidad, asimismo otro hermano puede señalarle que está dando un mal ejemplo, “no es de Dios hermano”, puede sintetizar la más rotunda desaprobación y rechazo de cualquier cuestión, que a juicio de los congregantes está fuera de lugar.
Estos procesos de crítica y autocrítica son claves para entender el comportamiento político de los evangélicos, quienes ponderan y analizan el testimonio de sus gobernantes, que puede extenderse a comportamientos de su vida íntima y familiar. En estos procesos las presiones y pactos a los pudieran llegar sus líderes nacionales y pastores locales son de poca o escasa relevancia, excepto en situaciones que ponen en riesgo su integridad o supervivencia física.
Algunas iglesias han recurrido al expediente de descalificar a ciertos líderes como diabólicos, quienes harían pactos con el demonio. Recientemente el presidente de Brasil Lula da Silva desmintió categóricamente cualquier tipo de relación demoniaca, en respuesta a las iglesias que organizaron un fracasado golpe de estado en Brasilia el año pasado y lograron movilizar a multitudes de creyentes quienes salieron a las calles y destrozaron edificios representativos del gobierno federal de ese país.
Los “intentos demoníacos” por controlar el mundo pueden extenderse a líderes políticos de izquierda, feministas y miembros de la Comunidad LGTTTBQ. Sólo nos queda sugerir “prudencia” con estas generalizaciones. Las investigaciones de campo nos muestran otras realidades. En el mundo evangélico una cosa es el discurso “teológicamente correcto” y muy diferente es la forma en que las congregaciones abordan la realidad.
Este abordaje se construye analizando el testimonio personal de los políticos. Recientemente, en Guatemala triunfo un candidato de izquierda (Partido Semilla, Bernardo Arévalo) con una vicepresidenta católica comprometida, y fue derrotada en la segunda vuelta, la candidata que llevaba de vicepresidente a un pastor carismático de teología de la prosperidad.
Como lo ha explicado la investigadora guatemalteca Claudia Dary los evangélicos no apoyaron al pastor y en comunidades indígenas de mayoría evangélica triunfaron los candidatos del Partido Semilla y su candidato Arévalo por márgenes altísimos. Es importante comprender que los evangélicos y pentecostales en muchos casos son pobres y piensan que su conversión les permitirá mejorar su situación económica, pero no es a costa de sus principios, apoyando oportunistas que invocan a los Evangelios, “de los dientes para fuera”, allí también se denuncian los “falsos profetas”, porque esa gente “no es de Dios”.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH