Desde hace varios años existe un avance persistente de los sectores conservadores en los procesos políticos y sociales. Nos parece importante evaluar, ponderar y entender las razones para el avance y la consolidación de estas propuestas políticas y sociales. Me parece importante comprender las razones de la expansión de estos proyectos, aportando a un diálogo constructivo entre distintos segmentos de las sociedades, en la perspectiva de consolidar un diálogo social, que aporte a mejorar niveles de convivencia, y a la disminución de los procesos de polarización.

Una de las situaciones mas relevantes es la resistencia al reconocimiento de los cambios culturales. Los miembros de una sociedad comparten elementos culturales que los identifican y definen frente a integrantes de otros sistemas culturales. Los procesos de globalización tienen un efecto “espejo” que elimina la percepción de las diferencias culturales, regionales o étnicos. Existe una dialéctica entre la defensa de lo propio frente a la presión de lo novedoso que puede ser recibido o rechazado.

En las sociedades complejas las distintas generaciones o grupos de edades pueden a su vez configurar distintas respuestas frente a los cambios culturales, del mismo modo, al interior de estos grupos de edades o segmentos generacionales, las actitudes frente a los cambios culturales pueden ser diferentes y esto ocasiona la escisión entre innovadores y conservadores.

Esto implica un conflicto cultural relevante al interior de los sistemas culturales, pues en muchos casos los cambios involucran las expectativas más profundas de los criterios de “éxito” o “fracaso” definidos en una generación u otra. Puede darse que las nuevas generaciones no están dispuestas a reconocer o aceptar como legítimas los criterios definidos por sus mayores.

Un ejemplo muy claro está relacionado con la procreación. En las sociedades occidentales se asoció el éxito matrimonial y personal con los hijos que tenía una pareja. Más adelante y como resultado de los avances de la medicina, los niveles de mortalidad infantil disminuyeron y se desarrolló el criterio de paternidad responsable, las parejas debían tener los hijos que podían mantener adecuadamente. Más adelante, las parejas evolucionaron y las mujeres consideraron pertinente tener desarrollos personales y procesos de maduración profesional y académico acordes con sus capacidades personales e intelectuales, que llevaron a reformular los criterios relacionales y de procreación.

En los países altamente industrializados disminuyeron drásticamente los niveles de nacimientos y esto implicó que los mismos no cubrieran las tasas de reproducción vegetativa de la población. Este asunto se confrontó con los criterios religiosos de estructuras familiares que definían niveles de subordinación de las mujeres.

Las iglesias tuvieron el desafío de asumir o rechazar los nuevos criterios sociales. En este contexto aparece el proceso migratorio, los países con menor nivel de desarrollo no alcanzan a cubrir las expectativas de empleo de su población y esta ve la migración como una solución a sus problemas económicos, y a su vez los países industrializados son conscientes que necesitan mano de obra, dispuesta a realizar un conjunto de trabajos que su población local no quiere realizar o que simplemente no existe por la baja demográfica.

Es aquí donde surgen los problemas culturales, la población dispuesta a migrar está interesada en tener remuneraciones justas de acuerdo a su capacidad laboral, pero a su vez tiene convicciones religiosas y prácticas culturales que no coinciden o son contradictorias con la población receptora. Chocan aquí dos lógicas estructurales, todos los seres humanos tenemos derecho a ser respetados en nuestras premisas religiosas y culturales, y a su vez, los países receptores quieren mantener las propias, como si los mismas fueran “eternas”.

El desafío es la construcción de nuevas formas de convivencia que mantengan lo propio, respeten a los “otros”, y a su vez, las culturas receptoras acepten, que la presión “externa” es resultado de la crisis o los cambios de los modos de vida tradicionales de su propia cultura. En estos contextos es que surgen las peores respuestas, como el racismo, la discriminación y la segregación “racial”, étnica y cultural.

Recientemente vimos campeonatos de futbol en América y Europa: Allí se les “olvida” o soslayan su propio racismo y discriminación religiosa para contratar a quienes serán más eficaces. Un joven musulmán de origen marroquí le aseguró el triunfo a España. No podemos dejar de mencionar el papel importante de afroamericanos en muchos equipos de la Copa América, que le dio “visibilidad” a esta población habitualmente “invisible”.

Hay quienes afirman que “todos somos iguales ante Dios”, pero hay quienes piensan que “hay algunos más iguales”.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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