Una de las curiosidades de la política latinoamericana es que en una Región de mayoría católica hay especialistas que teorizan sobre la dinámica del voto evangélico, soslayando el comportamiento de los católicos. Esta hipótesis analítica supone que el comportamiento electoral de los evangélicos es homogéneo y que podría ser previsible. Los católicos podrían ser muy diversos políticamente, y por sus dimensiones es mejor estudiarlos como población en general.
Hay varias razones para esas propuestas analíticas. Los partidos demócrata cristianos que impulsó la Iglesia Católica, con la asesoría de la democracia cristiana europea, fracasaron en América Latina. Tuvieron su apogeo en los años sesenta y setenta del siglo pasado, pero en los años ochenta se derrumbaron, rebasados por la alta conflictividad de los procesos políticos y la estrategia de los Estados Unidos, interesados en impulsar políticos formados en su perspectiva estructural del desarrollo global y la mundialización de la economía. La teoría de la elección racional (rational choice) se impuso a los análisis estructurales marxistas que fueron descartados por los establecimientos académicos.
El Nuevo Milenio abrió las puertas a otras perspectivas políticas y programáticas. Los políticos dejaron de hablar de economía pues la misma quedaba definida en los términos de los organismos financieros internacionales y cualquier proyecto local que los confrontara era descartado. Los viejos términos de derecha e izquierda, vinculados a los “modos de producción”, quedaron rebasados por la definición de los “modos de consumo”. Pocas hablan de redistribuir el ingreso, sino de garantizar los derechos a ciertos modos de vida, definidos racionalmente por los distintos actores sociales.
En ese contexto se definió la “agenda progresista”, basada en garantizar los derechos de las minorías, enfrentadas a ciertos comportamientos dominantes y excluyentes. En la agenda progresista está la defensa de los derechos de las mujeres frente a las estructuras de poder patriarcales, los derechos de las colectividades LGTBQ+, frente a los comportamientos homofóbicos y libre consumo y siembra de la mariguana.
Evidentemente la agenda progresista ponía en entredicho un conjunto de paradigmas de orden social, de lo “socialmente correcto” que se confrontaba en muchos casos con las enseñanzas de los curas y pastores religiosas, quienes, en muchos casos, tampoco daban testimonio de una vida personal que siguiera el canon eclesiástico. Esta realidad les quitó a las jerarquías religiosas la capacidad de influir en el comportamiento de sus feligreses, quienes desarrollaron en forma empírica propuestas propias y viables de comportamiento personal y familiar, generándose así propuestas basadas en el respeto a las formas de vida de los “otros”, aunque no compartieran dichos criterios.
La mayoría de los creyentes se manejan en “esferas de la realidad”, las cuales tienen diferentes reglas: la religión, la política, la educación, la economía y la vida familiar son espacios donde la población se desenvuelve y es difícil transferir contenidos de un espacio al otro, por criterios de pertinencia de las propuestas. Recientemente, el Tribunal Supremo Electoral de México ordenó sancionar a cuatro jerarcas católicos, dos de ellos arzobispos y cardenales, por llamar a votar contra cierto partido político. Prácticamente la mayoría de la opinión pública y su propia feligresía no se inmutó, con su silencio evidenció que los católicos estaban convencidos, que sus líderes religiosos no habían hecho algo correcto.
Algo similar sucedió con la aprobación del matrimonio igualitario, la interrupción del embarazo y el derecho a la adopción de estos matrimonios, en el catoliquísimo estado de Jalisco. Los jaliscienses siguen siendo muy católicos, pero evidentemente están convencidos que la vida privada de las personas no es un tema de legislación, donde el Estado deba involucrarse. Podrán ser muy católicos, pero en su perspectiva religiosa cada quien responderá frente a Dios, y no a “los hombres”.
Cada vez es más evidente que las decisiones en materia política y de comportamiento electoral se basan en las propias reglas de la política, y los creyentes, tanto católicos como evangélicos, toman sus decisiones electorales con criterios de ciudadanos y no de feligreses. El desafío que tienen los políticos está en su capacidad de convencer a los ciudadanos, dejando de lado estrategias clientelares.