La pandemia está marcando una línea divisoria en muchas cuestiones. Evidentemente la dureza de la situación ha dejado de lado la posibilidad de soslayar la toma de decisiones en muchos niveles. Vacunar o no vacunar, exigir pasaportes sanitarios o no, dejarlo al libre albedrío de los individuos, cuándo una persona contagiada podría poner en riesgo a sus amistades y familiares.

En este tipo de situaciones, el error o la frivolidad puede implicar la vida, la muerte o graves consecuencias en la salud y las condiciones de vida de muchas personas. En este contexto lo religioso es un factor importante pues ante la inexperiencia e incertidumbre que generó esta situación inédita las respuestas estaban basadas en “el sentido común” o la opinión de los expertos, algunos de estos “no tan expertos”.

Las autoridades sanitarias insistieron en el cierre de los templos y otros lugares de reunión para evitar contagios masivos de la población. Esta situación fue un desafío para las iglesias. ¿En qué medida habían educado y formado a sus feligreses? Para que pudieran continuar con sus creencias, sin el refuerzo sistémico de la doctrina semanal.

La “prueba de fuego de las iglesias” no se hizo esperar, la reapertura de los templos puso al descubierto un retroceso en su feligresía, comparándolo con la prepandemia. Sacerdotes, pastores y laicos comprometidos se enfrentan a niveles muy bajos de asistencia a los templos. El temor a los contagios persiste, mas aún cuando grupos de alabanza se contagiaron de Covid como resultado de su propia actividad litúrgica.

Lo que sí ha demostrado su vigencia han sido las manifestaciones del catolicismo popular. Las peregrinaciones a San Judas Tadeo, la Basílica de Guadalupe y otros santuarios han sido protagonistas de importantes movilizaciones sociales. Aunque esto no se expresó en el fortalecimiento del catolicismo institucional. Las vocaciones sacerdotales siguen en crisis, bodas, bautizos, primeras comuniones y confirmaciones han disminuido.

Agrava aún más la situación eclesiástica las dificultades que tienen los jerarcas religiosos para asumir sus dificultades, reconocer errores, detectar aciertos y fundamentalmente reconocer los éxitos de los “otros”, tanto dentro como fuera de la misma Iglesia Católica.

Los investigadores de la Red de Religión, sociedad y política de la que formo parte han identificado “espacios” donde los grupos religiosos han sido relativamente exitosos y han podido consolidar redes, proyectos y propuestas de trabajo. Dentro de la Iglesia católica Romana las congregaciones religiosas con perfiles carismáticos y rituales emotivos pudieron mantener sus redes de interacción, consolidar proyectos y mantener grupos de adolescentes, jóvenes y adultos casados. Estas congregaciones tienen por definición proyectos participativos y aplican en su mayoría las propuestas del Papa Francisco.

Las devociones populares han sido el “hilo conductor” de la fe popular, en el medio de la pandemia, cuándo mas apremiaban los contagios y la gente tenía parientes, amigos y personas cercanas enfermas, las plegarias eran en su momento la única posibilidad de ayudarse espiritualmente a sobrellevar la crisis, las angustias y la incertidumbre. En este contexto, la reapertura de los santuarios permite a los creyentes cumplir con sus promesas y mantener la reciprocidad con santos y vírgenes protectoras que estuvieron acompañando a los feligreses y familiares en momentos tan difíciles.

La reciprocidad con el sistema de “santos y vírgenes” protectoras son elemento clave de la fe popular, un creyente malagradecido es candidato a ser castigado por su incredulidad y falta de honestidad. A diferencia de los dioses institucionales, las divinidades populares están “vigilantes” del comportamiento de sus feligreses y en las creencias populares, pueden castigar a quienes no cumplen lo prometido.

En mis investigaciones sobre los peregrinos a la Basílica de Guadalupe encontré que sólo el 10% de los que iban al Tepeyac pedían favores o milagros. La inmensa mayoría de los peregrinos asistían simplemente porque querían mantener una relación espiritual con Guadalupe, que era considerada como “La Madre”, de todos y cada uno de los asistentes. Esta coexistencia creaba una situación de paz interior que implicaba un fortalecimiento espiritual de los concurrentes. En este caso la situación no es similar, la mayoría de los asistentes van para agradecer los milagros de la Virgen, de ellos y de sus seres queridos.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH.INAH

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