Francisco siempre da sorpresas en la milenaria institución, designó 20 nuevos cardenales, 16 electores de todos los continentes y convocó a una reunión de todos los cardenales sin un temario conocido. Lo novedoso es que los cardenales sólo se reunían para designar un nuevo papa. La idea evidente es permitir que se conozcan entre sí los futuros electores , y que, en el caso de un futuro conclave, para designar un nuevo papa, se conozcan y tengan definidos los liderazgos y proyectos institucionales. Esta estrategia le quita poder, una vez más, a la burocracia vaticana que tenía el privilegio de que sólo ella conocía a los electores y que es considerada la responsable, entre otros, de la crisis y la decadencia institucional.
La medida coincide con nueve años de pontificado de Francisco y con que el año próximo está convocado un Sínodo (asamblea de obispos) para renovar a la Iglesia Católica; se propuso consultar a todos los fieles: laicos, sacerdotes, religiosas y demás bautizados para conocer sus propuestas de renovación institucional. Esta medida asamblearia provocó el disgusto de la “vieja guardia” eclesiástica, acostumbrada a que sólo ella sabía lo que “era bueno” para toda la Iglesia, pues se posicionaba como la Guardiana de la Tradición institucional: las sucesivas interpretaciones y dictados de los papas anteriores.
Las estrategias de Francisco se remiten más a los Evangelios que a la Tradición, consciente de que cada vez más católicos abandonan la Iglesia y convergen hacia tres grandes propuestas: los sectores populares que se convierten en protestantes y pentecostales; los sectores importantes de jóvenes e intelectuales que pierden la fe y se van hacia el ateísmo y el agnosticismo; y a las capas medias y altas que se decantan por la Nueva Era, propuestas panteístas del Culto a la Naturaleza, las Energías y la astrología. Francisco es consciente de que la Iglesia tradicionalista no tiene respuestas creíbles para las nuevas generaciones que no creen en el celibato sacerdotal, la castidad de los religiosos, después de los escándalos de pederastia, y lo que es más grave, el cinismo de los Jerarcas que protegen y encubren a estos delincuentes, cuando no son ellos mismos los partícipes de los abusos. El problema de la Iglesia es reconstruir y ganar autoridad moral en un mundo cristiano cada vez más informado, que exige coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
En el juego de equilibrios, la estrategia de Francisco consiste en designar cardenales con derecho a voto que representan corrientes renovadores de la Iglesia, incorpora a la iglesia misionera que, en los “márgenes” del mundo cristiano, son franca minoría como: la India, Mongolia o África, pero tienen un “fuego” misionero, que las jerarquías europeas o americanas perdieron hace mucho tiempo y sólo se dedican a “administrar” la fe y cada vez más exhiben números rojos en sus resultados: pérdida de fieles, sin vocaciones sacerdotales ni religiosas y un avance consistente de sus oponentes religiosos. Consolida liderazgos en países asiáticos y africanos donde la iglesia está avanzando, a la vez que respalda posiciones en América Latina entre los obispos interesados en abrir nuevas fronteras religiosas, congelando a los conservadores. La designación del primer cardenal legionario de Cristo puede verse como un guiño hacia la derecha institucional, mientras congela al Opus Dei que ya no tiene electores en el futuro cónclave. La Legión después de la descalificación de su fundador Marcial Maciel, la consolidación de los irlandeses y la decadencia de los mexicanos en su liderazgo, no tiene proyecto eclesiástico “preocupante” para Francisco, mientras que el Opus cada vez se consolida como un proyecto conservador que aglutina a los nostálgicos de la Tradición, que prefieren ser pocos, pero escogidos, en su proyecto de santidad.
La designación del primer pontífice no europeo y latinoamericano representó un parteaguas en la historia de la Iglesia Católica, un jesuita que vino del Sur, que mira con desconfianza a las antiguas y esclerosadas propuestas de los europeos y que se propone renovar a la institución, una revolución institucional.
A los ingenuos que piensan en una próxima renuncia de Bergoglio habría que pedirles que se tranquilicen, sólo se irá cuando sea consciente que los cambios son irreversibles.
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Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.