La Iglesia católica inició un proceso de discusión sobre situación estructural y está tratando de redefinir sus estrategias para el futuro. El “invierno institucional”, que implicó la suspensión de los cambios del Concilio Vaticano II (1965) y la restauración conservadora de Juan Pablo II y Benedicto XVI (1978-2013), le está costando caro a la Iglesia. La pérdida de su papel protagónico en Europa se enmarca en el abandono de las prácticas religiosas por amplios sectores de la población.
Iglesias convertidas en discotecas, remate de conventos para desarrollos inmobiliarios, cierre de seminarios por falta de vocaciones, más las situaciones escandalosas de sacerdotes requeridos por la justicia por abusos sexuales y pederastia contribuyen al desmoronamiento del prestigio institucional.
Los creyentes reclaman comportamientos consistentes de sus pastores, siendo acusados de relativistas y disipados, cuando quienes se van, engrosan las filas de agnósticos y ateos en Europa, pero en América Latina se fortalecen las opciones fundamentalistas y rigoristas del mundo evangélico y pentecostal. La mayor apertura al catolicismo es en los países africanos y asiáticos, en las antiguas colonias, donde el desmoronamiento de los sistemas tribales y el desarrollo económico y las grandes explotaciones petroleras y mineras, pone en crisis las creencias ancestrales y abre camino para la conversión al catolicismo y el cristianismo.
Los grupos conservadores se sienten de alguna manera engañados por Francisco quien, durante su época de arzobispo de Buenos Aires, siempre hizo gala de conservadurismo y rigurosidad doctrinal, lo cual alentó a su elección ante la salida de Benedicto XVI, quien renunció abrumado ante el constante sabotaje de los grupos de poder (italianos, europeos y norteamericanos) ultraconservadores.
La convocatoria del Sínodo sobre la sinodalidad de la Iglesia católica parece un juicio tautológico pero, de alguna manera, implica abrirse a un diálogo con todos los creyentes para iniciar una renovación del proyecto eclesial definido en el siglo XIX por Pio IX y León XIII que está absolutamente agotado, y los intentos de renovación del Concilio fueron desbaratados por las jerarquías eclesiásticas temerosas de perder sus privilegios.
Francisco se propone la renovación de la Iglesia como una revelación del Espíritu Santo, en este contexto la regresión conservadora está impedida de manifestarse pues cualquier gesto de oposición se transforma en una estrategia maléfica (Mt.15). Además, invitó a los principales críticos de su pontificado para que lo acompañen en el Sínodo, en una especie de “huida hacia adelante”, que paraliza a sus detractores
¿Qué implica el agotamiento del proyecto institucional? Ante la falta de una estrategia viable orientadora de la Iglesia, los esfuerzos de la organización se diluyen en un marasmo de incertidumbres. Por ejemplo, la Iglesia sanciona las relaciones entre personas del mismo sexo, pero todos saben que tiene muchos sacerdotes y religiosas LGTBQ. Exige el celibato sacerdotal, pero muchos curas tienen mujer e hijos; reclama la castidad de su personal, pero tienen pederastas que violan y abusan de menores de edad confiados a su custodia. Allí no termina la cuestión, muchos sacerdotes no sienten el llamado de una vocación de servicio e imaginan y practican su apostolado como una profesión sumamente redituable haciendo negocios desde la parroquia.
El proyecto antimodernista, antiliberal y sacramentalista del siglo XIX se agotó, y el siglo XX fue un siglo perdido para la Iglesia católica. Nunca consolidó los cambios y fue rebasada por los evangélicos y pentecostales que se expanden por todo el planeta. Se opuso con firmeza a todos los movimientos revolucionarios del siglo XX y terminó a la cola de los grupos ultraconservadores y en la II Guerra Mundial tuvo un papel poco claro en el Holocausto.
La pandemia del COVID implicó una serie de cuestiones traumáticas para millones de personas, y nuevos desafíos, construyéndose nuevas formas de sociabilidad; millones ingresaron a las redes sociodigitales y allí desarrollaron nuevas formas de interacción y convivencia. ¿Cómo enfrentar las nuevas demandas espirituales resultado de la muerte masiva e inesperada de seres queridos, familiares y amigos? ¿Cómo asumir las manifestaciones de miseria humana resultado del pánico social? ¿Cómo agradecer a millones de héroes desconocidos que arriesgaron todo por sus semejantes? Los cambios sociales, económicos, culturales y ambientales exigen, cada vez más, respuestas viables para enfrentar y comprender los “signos de los tiempos”.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.